SOY un cateto en materia de arte contemporáneo -también- y, en consecuencia, carezco de aptitud para juzgar si la cúpula que ha pintado Miquel Barceló en la sede de la ONU en Ginebra es una genialidad que pasará a la Historia del Arte o un camelo al que nadie se atreverá a llamar camelo a causa del síndrome que retrató Cervantes en El retablo de las maravillas.

Supongo que si un pintor de brocha gorda quisiera hacer algo parecido en una propiedad privada y pretendiera, encima, cobrar por ello, los dueños lo correrían a gorrazos. Pero, ya digo, aunque lo de la cúpula de Ginebra nos parece a los profanos un collage de estalactitas de colores, Barceló no es un pintor de brocha gorda, sino un laureado artista, premiado con el Nacional de Artes Plásticas y el Príncipe de Asturias, de extraordinaria proyección internacional.

Le honra, además, que él mismo haya exigido que se hiciera público el coste de la cúpula que, por encargo del Gobierno de España, ha ejecutado, simbolizando los Derechos Humanos y la Alianza de Civilizaciones. Y lo ha hecho público, en efecto, el Ministerio de Asuntos Exteriores, eludiendo lo que había alegado su titular, Miguel Ángel Moratinos, cuando estalló la polémica: "El arte no tiene precio". Una pamplina sólo al alcance de un rico podrido o de alguien que maneja el dinero de todos.

Costará veinte millones de euros. Exactamente, 18,5 millones más una desviación autorizada del diez por ciento, según ha explicado el representante permanente de España ante la sede de la ONU en Europa. Incluye la obra de arte, la de ingeniería, los honorarios de Barceló y los muebles. Empresas privadas españolas financian el 60% de este presupuesto, y el Estado se hace cargo del 40% restante.

Es un dinero, en cualquier caso. Quizás no demasiado para una de las principales economías del mundo -la octava o la duodécima, según fuentes-, pero sí para una de las primeras potencias del mundo en la actual creación de desempleo. Lo que sí está feo es que dentro de la aportación pública se haya destinado a la bóveda ginebrina 500.000 euros del Fondo de Ayuda al Desarrollo. Esto ha resultado ser legal, puesto que los fondos, que nacieron para financiar la concesión de créditos a países subdesarrollados, ya se usan cada vez más como ayudas en situaciones de emergencia, catástrofes humanitarias y contribuciones de España a organismos multilaterales.

Cada día se aprende algo. Hoy hemos aprendido que gastarse veinte millones de euros en poner arte y modernidad, lujo y boato, a la Sala de los Derechos Humanos de la ONU (y de la Alianza de las Civilizaciones, que no se olvide) significa avanzar en la ardua lucha por los derechos humanos (y la Alianza de las Civilizaciones). Pero yo soy un cateto.

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