No es lo mismo ser ejemplar que ser un ejemplo, como tampoco es lo mismo la ejemplaridad que la ejemplarización. Un ejemplo es una figura que sirve para explicar algo de forma retorica. Lo ejemplar es el adjetivo, aquello que sirve de ejemplo aunque no sea un ejemplo en sí mismo. Si profundizamos en el terreno de la ética la ejemplaridad es una cualidad: de la persona o cosa que tiene dotes para servir de ejemplo. Y lo ejemplarizante es una acción de estas personas o grupos para ejemplarizar. Habida cuenta de lo sucedido estos días en torno a la compra de una mansión me gustaría hacer ciertas reflexiones. No puede ser más contrario al respeto y a la democracia difamar las acciones de unas personas en su vida privada. En este terruño todos tenemos derecho a disponer de nuestra libertad. No obstante, dada la característica de pertenecer estas personas a la esfera política, el asunto merece una profundización. Ningún político está obligado a ser ejemplar. Y menos a tomar su vida como ejemplo. Pero algunos tienen una actitud ejemplarizante en sus discursos y en sus actos públicos. De hecho una de las máximas de estos, entre otras, en su programa político es la comparación con el adversario; es decir, que pretenden ejemplarizar. Dicho esto si un político esboza un mensaje ejemplarizante se obliga a sí mismo a ser ejemplar desde el punto de vista moral. Quién predica o usa el ejemplo para narrar donde está el límite entre las buenas o malas prácticas queda expuesto públicamente a demostrar su solvencia moral. No obstante si un político no predica la ejemplarización, y solo se dedica a gestionar recursos, se exime a sí mismo de la carga de la prueba moral. Por otro lado, no podemos caer en la consideración de que la política es una profesión normal. En absoluto, no debe serlo. Se debe exigir un grado de responsabilidad social muy alto. Y sin caer en los errores de los autos de fe a las siglas, las liturgias basadas en las hipocresías, y los protocolos de marketing, el político debe tener cierta ejemplaridad, al menos una no contraria al credo garantizado al electorado. Sobre todo porque a los ciudadanos se nos exige esa ejemplaridad en nuestro puesto de trabajo y de cara a la administración. Todas nuestras acciones morales contrarias al credo del poder acaban en castigo, por lo que no somos del todo libres. Ni siquiera para decir lo que pensamos.

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