El extranjero

Ser apátrida genera menos dolores de cabeza que ser nacionalista. De repente, mi vecino es un extraño

Y de repente un extraño. El vecino que me acuñó el apodo de mejor vecino del mes parece que ha dejado de dirigirse a mí. O al menos eso me parece cada vez tengo esos momentos habituales de entrada y salida del ascensor. A todas miras se ha convertido en un extraño. Lo que resulta la inversa de esa emoción que siento cuando voy a mi tierra y me veo extranjero entre mis recuerdos, expresión de los Novísimos de la que nunca recuerdo la autoría.

Para el caso que nos interesa, de este vecino, se ha generado entre nosotros un clímax de silencio nada prometedor. El primer día llegué a pensar que se trataba de algún malentendido en lo referente a la comunidad o a su plaza de garaje, pero con el paso de los días me he cerciorado de que no es así. Todo lo contrario su cambio de actitud ha tenido que ver con un proceso político en su tierra y con los resultados de la misma. El amor patrio puede, esa fue la primera idea que me vino a la cabeza. Siguiendo las diatribas y los ecos de los medios se ha atrincherado en su casa y hasta ha negado la palabra por teléfono a otros vecinos. Muy en el fondo me parece muy triste ya que hace años realicé un viaje por su tierra y encontré que los estereotipos y los lugares comunes no tenían razón de ser allí. A todas miras era una tierra llena de prodigios, al igual que sus gentes. Por eso detectar que este vecino de repente ha decidido convertirse en un extranjero me llena de pavor.

Lo peor de todo es que jamás ha sentido interés por la política. Ha sido justo ahora, que está en el paro, cuando ha mostrado algo de interés. En estos casos es mejor no intervenir. A los extranjeros de nueva creación es mejor dejarlos en sus propias embajadas mentales para así no sufrir daños colaterales o declaraciones de guerra. Y creo que como yo han hecho el resto de los vecinos: debido a su negatividad hemos tenido que apartarnos de él. De esta manera se ha quedado solo. Muy en el fondo me entristece. Me parece una gran perdida humana y un desperdicio no poder seguir disfrutando del acervo cultural de donde procede ni de aquellas conversaciones donde todos establecíamos que lo más importante era ayudarnos unos a otros para poder llegar a fin de mes y poder pagar la hipoteca, algo nada desdeñable puesto que marcaba las directrices de nuestros futuros. Entonces no nos preocupaban ni las banderas ni el lugar que ocupaban en nuestro balcón.

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