A la luz del día

Antonio Montero Alcaide

¿Somos felices?

EN qué consiste la felicidad? En el caso del título, la pregunta podría cambiarse por afirmación porque, de acuerdo con el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) -otra cosa es la fiabilidad que se le otorgue por encima del rigor estadístico-, somos claramente felices ya que, en una escala de cero a diez, la media supera siete. Y eso que llega hasta la mitad el porcentaje de los entrevistados a los que uno de los problemas que personalmente más les afectan es el del paro, y casi a la tercera parte los de índole económica. Si bien, tales problemas suelen darse de la mano para provocar una infelicidad que, a lo que se ve, no se altera por esas penosas cuitas de los días. Seguro que tiene que ver con ello que seis de cada diez personas estén completamente satisfechas (la puntuación diez de una escala que comienza en cero) con sus familias; y que, considerada la totalidad de los entrevistados, la media es altísima, por encima de nueve, lo que, además de felices, nos hace profunda e intensamente familiares. Sin embargo, las investigaciones sociológicas no participan del dogma, ni la fiabilidad estadística controla la sinceridad de los entrevistados, ni los resultados actúan como elementos determinantes del desarrollo social. Por lo que la felicidad, como estado del ánimo, agasajado por la satisfacción y la suerte, puede ser más declarada que vivida. Que si en eso consiste la felicidad, en un estado del ánimo -como el infierno, en una catequesis revisada, también resulta un aciago estado del alma-, pues por eso mismo opera al dictado de la coyuntura, de la ocasión y también, sí, de la expectativa. Se adelantó que la estadística no determina los comportamientos y los estados pero, en esto de la felicidad, sí parece haber otros condicionamientos férreos, escritos al dictado del infortunio. De ahí que, encuestas al margen, cabe predecir una salud diezmada en los niños marcadamente infelices porque tal estado, como trasfondo de sus primeros años de vida, llega a modificar la parte de los cromosomas que más relación guarda con el envejecimiento celular y con patologías severas. Así que bienvenido sea el reconocimiento de la felicidad cuando el CIS llama a la puerta con su barómetro, pero más nos vale procurarla y asegurarla a los más pequeños, en quienes la felicidad debiera ser un estado connatural, para que no la pierdan al cumplir los años con más desventuras de las debidas. Y, a ser posible, que cuando les pregunten si lo son no tengan que faltar a la verdad.

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