República de las Letras

Donde habite el olvido

Y la alegría de ver, tras la vuelta del camino, que aún quedan acordes que tocar, canciones que componer

Hace pocos años mi amigo Antonio López Quesada publicó "El recodo del camino", memoria novelada sobre la adolescencia y la juventud de los 60 que es de encantadora lectura y un verdadero documento antropológico. "Desde la última vuelta del camino" es también el título de las memorias de Pío Baroja. Y hay un par de versos de Luis Cernuda, inspirados en otro de Bécquer, que dicen, lacónicos y tristes: "Allá, allá lejos; / donde habite el olvido". Ahora, ha muerto Leonard Cohen. Siempre lo recordaré -su voz cálida, grave, su decir exacto y pausado- por una canción: "Hallelujah". Noviembre siempre es mes de intenciones renovadoras y de cambio, a la espera del nacimiento de la Vida a finales de diciembre. Rebasada ya la edad de la ilusión y la esperanza, llegado -aunque a destiempo, con retraso- a esa vuelta última, a ese recodo final del camino, quedan solo recuerdos concretos, aunque desdibujados, de los amigos que se fueron, de los que se quedaron, pero no es frecuente verlos, y de los que dejaron de serlo en un pasado que ya ha sido casi olvidado. Y de las canciones que nos conmovieron en aquellos años, los de la adolescencia, en que no había todavía pasado ni había llegado el futuro; de las aventuras mil que se sucedieron, aprendizaje tras aprendizaje, sentimiento a sentimiento; de aquel amor casi clandestino, entretenido en los pliegues de un vestido cosido al bies y de una trenca cálida y cómplice en la oscuridad de un cine, o en una canción lenta, lenta, lenta, bailaba en extremo abrazo, casi sin fin, ambos dentro del recuadro de una losa. De pronto, a la voz susurrante del Cohen más íntimo, reviven unos versos de Bécquer leídos en la soledad inquietante del Cementerio Inglés a finales de los 60; resucitan los acordes de mi siempre desafinada guitarra arropando las estrofas de una primera canción, aquella que pasó a partitura el maestro don Emilio Carrión y presentamos al II Festival de la Canción de la Ciudad Luminosa de la Costa del Sol -que todo eso era Almería- en 1971. Y aquel Vespino que se me perdió tres veces o aquel Seat 600 de secretas batallas, entre horas de estudio, sueños en vuelo alzado, ansiedades, dudas y esperanzas. Dolor último. Amor primero. Y la alegría de ver, tras la última vuelta del camino, que aún quedan acordes que tocar, canciones que componer, poemas que escribir… Aunque sea allá, allá lejos; donde habite el olvido.

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