La holografía del ajero

Flaco favor están haciendo los independentistas catalanes a su causa con tanta parafernalia y mala interpretación

Mientras nos reponemos del susto que nos ha dado la Dirección General de Tráfico, recomendándonos -poco más o menos- que compremos un remolque de "primeros auxilios" y llevemos en nuestro coche un perro San Bernardo con barril de brandi incorporado estos días de temporal y nevadas, reaparece -por no sé cuántas veces ya- el ajero más famoso del Alto Ampurdán, conocido como Puigdemont. No me dirán que no se repite, tanto o más que ese bulbo blanquecino y picante de lunas menguantes. Flaco favor están haciendo los independentistas catalanes a su causa con tanta parafernalia y mala interpretación. Al final, eso es lo único que está quedando, al menos fuera de las tierras del Ebro, y más allá seguramente de los confines de esta nuestra Iberia sumergida.

Cada vez que hacen acto de presencia en Bruselas, ya sea el susodicho ajero o el resto de cuadrilla que le acompaña, que le adereza y le miman como al famoso osito del suavizante, me viene a la mente una frase que contiene "El mercader de Venecia", expresando algo parecido a "qué buen exterior tiene la falsedad". Y ya no se trata sólo de la pesadez y acidez que supura la empachosa independencia, que ni el Almax en vena remedia, sino de las puñeteras apariencias y agónicas puestas en escena que preparan, día sí y el otro también. Éstas, su número y reiteración, solo son comprensibles por el temor diarreico de Puigdemont y los suyos de caer en el olvido, en la más absoluta nada, lo que les avocaría a la putrefacción política y -posiblemente- carcelaria del primero, salvo patente de corso divina; y a la barruntada indigencia partidista de los segundos, ahora PdCat, disueltos sin remedio si les quitan el poder y, con ello, el parné que amamantan sus panfletos, "esteladas" y otras florituras de clase. Nos quitáis la vida cuando nos quitáis los medios con los que vivimos, dirían. Lo último que roza ya el delirio, absurdo y pueril desde un punto de vista político, es la masturbación mental de la investidura presidencial de Puigdemont en formato streaming, Skype u otra holografía. Si recapacitasen seriamente sobre estas pretensiones o quimeras, y mientras lo hacen pusieran en frente a los ciudadanos catalanes a los que deben gobernar y servir, la cara se les caía de vergüenza. Están rizando el rizo hasta lo esperpéntico. El día que todo esto termine, y echemos la vista atrás, el sonrojo y la vergüenza ajena será menuda.

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