La huída

Los nuevos amos del diseño de interiores lo harían igual, pero de mentira. Fabricarían de nuevo las cosas viejas, pero sólo el envoltorio

Cuando haya que huir de lo efímero yo me iré a tomar un café a un bar que hay en Huércal de Almería. Allí siempre hay sitio porque es enorme. Es más, el bar está para ti sólo. Está lleno de objetos antiguos y vetustos, la mayoría, colgados de la pared. Yo me fui de un bar para siempre porque lo llenaron de obscuridad, no de oscuridad, de obscuridad que es todavía más lúgubre. Era, es, ideal para los amantes furtivos, pero yo quería luz y nada que sonara a temas cinegéticos. En Granada también había un bar vetusto y raro y una vez cuando fui con una amiga me dijo que allí quedaban los amantes. Por cierto, fui pocas veces y con amigas. En este bar de Huércal de Almería no van los amantes, es más, no va casi nadie. Y es completamente luminoso. Te recibe un piano vertical con un montón de revistas polvorientas de hace décadas, o siglos, ha de decirse. Allí los cuerpos muertos de los teléfonos yacen en vitrinas y los aparatos de radio de selector de rodillo y transparente de frecuencias, con su hilo rojo penden momificados en los altillos. Hay maletas, maletas de irse, duras y acartonadas. Hace poco tomando un café allí tome notas pero es inútil, si tienes que anotar es que no merece la pena escribirlo. Allí están las máquinas de escribir que harían las delicias de los archaeopteryx de pluma fofa, las figuras del museo de cera que viven en su limbo de cinta blanquinegra. No es vintage, es real, luego es eterno, como los animales disecados. En las junturas de los mecanismos de los relojes está detenido el tiempo, en ese proyector zafio, que ya no atasca los fotogramas de la vida. Los nuevos amos del diseño de interiores lo harían igual, pero de mentira. Fabricarían de nuevo las cosas viejas, pero sólo el envoltorio, como un castillo de cinecittà, como un remake de pirámides de plástico. Y lo siento, esta maravilla de antro de historia natural de los objetos está presidido por un retrato de gran tamaño del satán español, Franco y de otros de el que fue el ausente y ahora el olvidado, por lo que, gracias a esos vade retro de la nueva ola el sitio es inexpugnable. Un buen demonio siempre viene bien para echarle la culpa de todo. Y chico, por menos han montado escraches y algaradas. Y hasta plenos extraordinarios y comisiones, revueltas, tuiteos, incendios, motines. Pero allí no llega la memoria histórica, sólo la memoria, sólo los cadáveres de los objetos que fueron.

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