El callejón del gato

Los idiomas

Esta situación en mis años juveniles no se consideraba como si fuera una bendición del cielo sino todo lo contrario

Entiendo que articular palabras, en su origen, se debería a la necesidad de comunicarse los humanos entre sí. Una facultad de la que nos dotó la madre naturaleza para que pudiéramos entendernos unos a otros y que nos permitía establecer relaciones. Tratándose de algo sustancial a la naturaleza humana, el hablar es una propiedad que se practica entre los individuos en cuanto forman un grupo social, por pura necesidad. Debido a lo grande que es el mundo, a la variedad de comunidades que alberga en los cinco continentes, a la distancia que separa unas de otras, y a la carencia de medios para entablar contactos en tiempos remotos, cada una se apañaba como buenamente podía y creaba lo que llamaríamos su propio vocabulario compuesto por unidades lingüísticas dotadas de un significado concreto que, pronunciándolas aisladamente o combinándolas con otras, permitían componer expresiones para manifestarse. Aquellas cuyo uso era compartido por una comunidad, daban lugar a lo que hoy entendemos como un idioma. Y a lo largo de la historia han proliferado los idiomas dando tumbos en función de las circunstancias, según fuesen las distintas formas de convivir y los caprichosos cambios de fronteras. Lo cierto es que hasta ahora no se ha conseguido un idioma universal para que todos nos entendamos sin necesidad de mayores esfuerzos. Esta situación en mis años juveniles no se consideraba como si fuera una bendición del cielo sino todo lo contrario. La variedad de lenguas, según la Biblia, se produjo como consecuencia de un castigo de Dios a los hombres que se disponían a construir la torre de Babel en la llanura del Senaar, confundiendo su vocabulario, de modo que no se entendieran unos con otros. Pero hoy día, la función que antaño fuera el origen y la razón del lenguaje, como es la de comunicarse los seres humanos, ha pasado a un segundo plano y predomina la idea del idioma como seña de identidad en determinados colectivos, y los nacionalismos, que como las religiones no se fundamentan en la razón sino en los sentimientos, apalancados en sus afanes patrioteros, han conseguido imponer la idea de la riqueza que aportan los distintos idiomas en un mismo Estado. Si en mis años mozos me enseñaron que la variedad de idiomas suponía un obstáculo para entablar relaciones, ahora se impone la idea de que es un privilegio del Estado contar con varios idiomas, aunque ello suponga que algunos no nos entendamos. Y cualquiera rechista.

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