El individuo

Para los naturalistas como Hegel, la sociedad es el resultado de la evolución lógica del ser humano

Debatía hace unos días con un reconocido artista de nuestra tierra, también columnista de este periódico, sobre tribus y pecados, sobre las sociedades y el individuo. Con la soltura confortable que me proporciona estar rodeado de amigos, y alentado por el suave tacto con que la tinta fina impregna el paladar, tuve la poca prudencia de intervenir a destiempo en una conversación acaso tan diletante como divertida. Es por eso que, ahora, en la tranquilidad del despacho, quiero poner en orden aquello que tan atropelladamente expuse. Quise decir, pero no lo hice, que la experiencia común se nos revela como algo consustancial a nuestra existencia individual. El individuo, así, no puede ser entendido sin su dimensión social. En el aula Ossorio Morales me enseñaron que la filosofía explica este origen bajo tres razones: la teoría contractualista, la teoría naturalista y la teoría de la naturaleza social del hombre. La teoría del pacto o contrato social, a la que se apuntaron Hobbes o Rousseau, estima que el origen de la sociedad se encuentra en el libre acuerdo de los individuos. Partiendo del conocimiento de nuestros defectos incurables, decidimos reunirnos para defendernos de nosotros mismos mediante la creación de un Estado -Leviatán- con poder absoluto.

Para los naturalistas como Hegel, la sociedad es el resultado de la evolución lógica del ser humano. Solo el Estado resulta racional y lógico. Por último, para los iusnaturalistas, como Aristo´teles o Toma´s de Aquino, el hombre, por naturaleza, se encuentra inclinado a vivir en sociedad, porque no se entiende posible la realización de la condición humana para el individuo en singular. Y quise añadir, pero no lo dije, por lo menos como se debiera haber dicho, que no es fácil concebir al hombre en un estado de aislamiento, porque el hombre, como afirmó Aristóteles, es un "animal político" por naturaleza, pero no de forma impostada, mediante un pacto alcanzado a tales efectos, sino por una inclinación natural para ello. Nuestro carácter social no puede negar la singularidad ni el crecimiento individual, sino que, precisamente, es el destino donde se aprovecha la genialidad de cada cual. Y quise concluir, pero tampoco lo hice, afirmando que sí, que el ser humano es capaz de imaginar, conocer y crear, pero nuestra limitación nos impide hablar en términos absolutos sobre cuestiones que objetivamente escapan de la física.

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