Estado de justicia

La ética y la política están totalmente desconectadas en el mundo actual. Hay que volver a conectarlas

No existen unas palabras más exquisitas para hablar de la relación entre moral y política que las pronunciadas por José Luis Aranguren en su momento histórico. Ante las flaquezas cívicas generadas por los estados totalitarios o las tensiones y corrupciones producidas en los estados democráticos el maestro propuso un camino hacia la moralización de la política en el que era posible colocar en su sitio a los valores más elementales para la convivencia y garantizar la dignidad de la persona. Esta vía utópica, de moralización, situada en el estado de derecho, supuso la contrastación de la ética filosófica española. Entonces Tierno Galván y Aranguren eran los mejores representantes de la eticidad; y lo fueron a pesar de ser este un país con una larga tradición ética. Pero su vía fue distinta: la ética filosófica, que era algo nuevo y prometedor. En el caso de Aranguren supuso la idea de un estado de derecho donde la instituciones debían estar comprometidas con su función y donde la ciudadanía colaboraba con los mismo. El deber Kantiano de Aranguren garantizaba la paz perpetua en la sociedad y aseguraba también los derechos fundamentales. El estado de justicia pretendido por el maestro fue el ideal mejor expresado para el manual de las buenas prácticas políticas. Y como dije antes, no se han escrito unas palabras más hermosas al respecto: un estado donde la justicia estuviera garantizada. No obstante muy lejos de su objetivo, el estado actual arroja todo lo contrario: corrupción, desconexión plena entre ética y política, o incluso una intencionada desmoralización de la política en bien de la performatividad de la misma a favor del servilismo clientelar y de ciertos centros de poder neoliberales. De alguna forma nuestro estado es el de la injusticia, por defecto; las instituciones no cumplen con su cometido y los ciudadanos tampoco lo hacen. A estas alturas las palabras de José Luis Aranguren suenan a viejo eco incumplido y perdido en el ágora; tal vez fragmentado y abandonado, al igual que las ilusiones. ¿Hacia donde avanza este estado de la injusticia? ¿Cómo terminará semejante desmoralización? ¿Volveremos a los totalitarismos? ¿Acaso no estamos ya en el totalitarismo del capitalismo global? Rememorando aquellas maravillosas palabras, sobre el estado de justicia y la necesidad de un vínculo entre ética y política, les invito a la reflexión.

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