Los datos no fallan. El año pasado fueron ejecutadas, solas o delante de sus hijos, una mujer cada semana. Es decir, entre nosotros conviven un homicida, un asesino, un parricida. Al lado de nuestra casa. Sentado en el bar, leyendo su periódico. En la parada del autobús, mirando el móvil. En estos momentos, hay alguna persona -por definirla de algún mudo- que, con paquete abultado en el pantalón, testosterona por bandera y mucha cobardía, está pensando en asesinar a su esposa, a su novia o a su excompañera.

Cuarenta y ocho mujeres asesinadas. Ocho niños que ven como su madre es exterminada. Veintisiete chiquillos se han quedado huérfanos de madre. Así es como nos acallan los labios, golpe a golpe, día tras día. Así es cómo nos cosen los labios a balazos. Cómo nos desalman, cómo nos extirpan la ternura, un día cualquiera, sin venir a cuento. Y muchos de nosotros somos responsables de esta lacra. Cuando permitimos los micro machismos. Cuando asaltamos a una mujer en plena calle y le vomitamos esa burrada que creemos que es un piropo. Cuando dice no e insistimos. Estimado amigo, no es no. El castellano es así de sencillo y de práctico.

Mi pregunta es sencilla. Cuándo se van a tomar cartas en el asunto. Cuándo se van a empezar a articular los mecanismos sociales, económicos y culturales para evitar esta masacre que, día tras días, nos lapida las pocas esperanzas que nos quedan. Hasta cuándo nuestras compañeras, aquellas del codo con codo, las de toda la vida, las mujeres, la belleza al fin y al cabo ajada sobre los labios de los dioses -madres, hijas, esposas- dejarán de matarlas, dejarán de ser un objeto, dejarán de ser "ni una más" y convertirlas en "una más", "en las únicas", "en ellas", simplemente. Que salgan al mundo sin miedo. Que no tengan que ir por la noche por calles con luz, por si pasa algo. Que sean ciudadanas de primera, de lo que se merecen. Las mismas que nos dieron la vida, la que se dejan la piel día tras día reivindicando ser iguales al resto de los mortales. Que se nos salten las lágrimas, el corazón, los ojos, cuando vemos a una mujer amortajada, cuando veamos la tristeza salir de sus mejillas. No tienen por qué acabar en el mar. No tienen por qué acabar en una fábrica, al fondo de un pozo, desnudas, sin dignidad, sin vida, sin justicia. Algo mal estamos haciendo y esta desgracia nos debería de quitar el sueño.

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