El marqués de San Adrián

El cuadro muestra lo mejor de Goya, su magistral buen hacer en un momento de plenas facultades

Una visita cultural a Pamplona ha de incluir, obligatoriamente, la contemplación lenta y saboreada, del retrato del VI marqués de San Adrián, José María de Magallón y Armendáriz (1763-1845), en el Museo de Navarra, sin duda la obra pictórica más significativa del patrimonio de la Comunidad Foral en toda su historia. Su autor, Francisco de Goya, lo ejecutó en 1804, en la cúspide de su prestigio como retratista de la corte madrileña, en un período de madurez creativa donde alumbró gran parte de sus mejores retratos, tras el monumental de La familia de Carlos IV. El retrato del marqués, en un excepcional estado de conservación -quizá necesitaría una limpieza de suciedades y barnices oxidados para lucir en todo su esplendor-, es una de las grandes obras maestras de la pintura europea de su época. Goya ha situado al personaje con una elegante postura, apoyado indolentemente sobre una suerte de roca o pilón de caprichoso diseño -el que mejor conviene a la arquitectura compositiva de la imagen-, vestido con atuendo de montar a caballo, botas y fusta, y un pequeño libro entreabierto en su mano izquierda, actuando los dedos como separadores de lectura. La inclinación de su cuerpo es paralela a la diagonal del cuadro, una dirección que desciende, claramente perfilada por el nítido trazado de la fusta, hasta los pies del personaje para enlazarse con el ritmo horizontal-vertical del pilón. El fondo abstracto, como un telón que vaticina a todo Zuloaga, presenta una leve sugerencia de paisaje y construye -colorista y compositivamente- toda la eficacia de la imagen, de una modernidad plástica apabullante. Técnicamente, el cuadro muestra lo mejor de Goya, su magistral buen hacer en un momento de plenas facultades; la riqueza de la materia, breve o empastada según convenga, está colocada con una aparente sencillez, sin vacilaciones. A diferencia de otros coetáneos, no hay en el Goya retratista -y muy especialmente en esta obra- la menor retórica o concesión a la imagen de aparato. Con frecuencia se ha señalado la naturalidad del retrato, pero en realidad nos hallamos aquí, como sucede siempre en lo mejor de la obra goyesca, ante una verdadera creación, al margen la explicita referencia al mundo de lo real. Tras mis estudios de arquitectura abandoné Pamplona hace veinte años. Entonces iba casi semanalmente a contemplar al marqués. He vuelto por unos días y me he reencontrado felizmente con él.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios