No mecenazgo purificador

La cosa no ha cambiado. Las grandes empresas apoyan proyectos culturales para purificar su imagen pública

En 1632 llegó, recién pintado, el célebre Cristo de Velázquez al convento de las Benedictinas de San Plácido de Madrid. Era un regalo de Felipe IV o, más bien, un pago para expiar un pecado inconfesable. Al parecer, el rey había tenido amores sacrílegos con una de las religiosas del convento. Los encuentros tenían lugar en la casa de Jerónimo de Villanueva, protonotario de Aragón, colindante con el edificio del convento. El episodio ilustra a la perfección la verdadera realidad que todo mecenazgo esconde; el mecenas persigue siempre un interés purificador de sus pecados o de su imagen. Más importante es parecer bueno que serlo. En todo caso, Velázquez era el pintor favorito de Felipe IV y como tal fue siempre favorecido frente a sus competidores en la corte. Y fue lo más valioso de cuanto hizo el rey en su vida; si Velázquez no hubiese pintado para él hoy la historia le recordaría apenas como un gobernante muy mediocre. En el mismo sentido procede recordar también a la dinastía Médici, esa familia que convirtió a Florencia el epicentro artístico de la Europa del Renacimiento. Los Médici tuvieron el tino para detectar siempre a los máximos talentos en cada momento. Cosme el viejo se valió de Brunelleschi y Donatello, Lorenzo el Magnífico de Miguel Ángel y Cósimo I de Vasari o Broncino. Fastuosos palacios y espléndidas colecciones de cuadros, iglesias, museos y otros edificios civiles… el legado Médici es, culturalmente hablando, el más deslumbrante de la historia de Europa. Pero, de no haber sido por ello, hoy sería recordada tan solo como una familia muy poderosa que gobernó los designios de la Toscana durante tres siglos con todos los medios a su alcance para mantenerse en el poder, lo que incluye todo tipo de ambiciones sin escrúpulos, maldades y crueldades. En realidad, en el terreno del mecenazgo, no hicieron otra cosa que contratar los servicios de los mejores artistas y pagarles por ello. Nada de extraordinario en lo generoso; un mecenazgo, en definitiva, que no es tal. Y dar un salto al mundo contemporáneo nos hace constatar que la cosa no ha cambiado demasiado. Hoy las grandes empresas apoyan proyectos culturales para purificar su imagen pública. En el contexto del capitalismo, este no mecenazgo viene a paliar un poco -como las políticas keynesianas- la injusticia de la plusvalía -por usar el término marxista-, que reparte de forma absolutamente desigual los beneficios del capital.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios