Las medallas y los plátanos

Muchos vienen reclamando el reconocimiento regional al patriarca de nuestras letras, el poeta Julio Alfredo Egea

Fieles a su cita regresan las melladas de Andalucía, las distinciones que el espurio gobierno autonómico tiene a bien otorgar a los hijos más preclaros del reino taifa, al tiempo que se resucita en Almería una vieja demanda. Hace tiempo que Juan José Ceba -acaso la voz lírica más intensa de Almería- y muchos otros vienen reclamando el reconocimiento regional al patriarca de nuestras letras, el poeta Julio Alfredo Egea, cuya importancia no ha tenido la proyección que merece. Pese a todo, quienes piden la condecoración para el poeta de Chirivel se equivocan. Las melladas regionales, adjudicadas caprichosamente desde el poder político gobernante, se entregan siempre a famosillos o a personajes muy prestigiosos o muy poderosos. En términos generales, a gentes que ya no las necesitan. A Pérez Siquier, por ejemplo, se la otorgaron cuando ya era Premio Nacional de Fotografía y estaba considerado uno de los pioneros de la vanguardia fotográfica europea. Las melladas -sin dotación económica alguna- son la ocasión para que el arrogante y abyecto reyezuelo de taifa -o reyezuela- se haga la foto con los personajes más prestigiosos o más poderosos o, cuando menos, con el famoseo mediáticamente más popular. Las melladas forman parte de su aparato de propaganda, para prestigiarse y legitimarse, y ocultan una perversión aún mayor: ahondan en la cultura regionalista-nacionalista de la tribu -sustentada en mitos y tradiciones retrógradas- y pretenden incorporar a ésta a personalidades de la cultura del individuo, haciendo una mezcolanza donde la vulgaridad es siempre la tónica dominante y la valía personal queda difuminada a favor de un contexto de exaltación patriótica y chovinista, tan necesario para el reyezuelo -o reyezuela- cuya única misión es conservar su trono. En esta tesitura, es un honor para Julio Alfredo que la espuria administración autonómica le ignore. En un país como el nuestro, donde el número de imbéciles crece imparable, hay que recordar ciertas cosas con meridiana claridad de vez en cuando. Me entero por mi tío Ángel Ibáñez que el plátano de Canarias, acaso el mejor del mundo, está en crisis porque España no compra toda su producción y no hemos sabido abrirle mercado fuera. Recuerdo que de niños nuestras madres nos decían que comer muchos plátanos hacía crecer la inteligencia. Corolario: necesitamos consumir más plátanos pues son un antídoto infalible contra la tontería.

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