El callejón del gato

El mensajero enmascarado

Y el nacionalismo como la religión despierta pasiones que a veces desembocan en el delirio

R ECUERDO a un fraile cuya pasión por la Virgen María era su razón de vivir y nos contaba en clase las veces que se le aparecía la madre de Dios, relatando con todo lujo de detalles las conversaciones que con ella mantenía. Tal y como se expresaba no me cabe duda de que el buen hombre veía a la Virgen en carne mortal y no mentía, la fe mueve montañas, y puede que algún alumno tan fervoroso como él le diera crédito a las apariciones marianas. Hay pasiones que provocan visiones. Y el nacionalismo como la religión despierta pasiones que a veces desembocan en el delirio. Si a eso le añadimos estar encerrado entre cuatro paredes dándole vueltas al coco, no tiene nada de extraño que alguno de los exconsejeros catalanes que permanecen en prisión haya visto a un mensajero enmascarado filtrarse por la pared y presentarse en la celda de cuerpo entero, para revelarle que si no hubieran desistido a tiempo de su apuesta por la independencia, el Gobierno de España habría mandado al ejército a pegar tiros a discreción y habrían habido muertos por las calles. La misma revelación que puso en conocimiento de Marta Rovira, un nombre y un apellido a los que no les puse cara cuando la escuché hacer declaraciones al respecto en una emisora de radio, después de visitar a los exconsejeros encarcelados en la prisión de Estremera. Supe quién era la reveladora del mensaje del enmascarado cuando en una reunión de café me alumbraron que se trataba de aquella nacionalista de Esquerra Republicana morena de pelo rizado y gafas de concha, que en otras declaraciones, lloraba a lágrima viva por el fracaso de la independencia prometida, repitiendo entre sollozos que lucharían hasta el final para conseguirla. Una de las consecuencias del nacionalismo fanático es la creación de enemigos dispuestos al ataque a la primera de cambio. Por eso, en base a la naturaleza de ambos individuos, deduzco, que tanto el uno como la otra, están convencidos de lo que dicen. El exconsejero porque en su imaginación percibió la presencia real de una figura humana que lo puso al corriente de los planes del Gobierno dispuesto a disparar con balas por las calles de Cataluña si fuera preciso, y Marta Rovira porque no puede poner en duda la palabra de un patriota catalán de semejante calibre. Y los separatistas se suben al carro porque evitar que haya sangre en las calles es un buen argumento para justificarsus declaraciones sobre la renuncia a la independencia prometida.

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