Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El miedo color marrón

Incrédulo, tuve que comprobar sin dejar lugar a duda que el artículo editorial donde se dice lo siguiente era de verdad de La Vanguardia, hace ahora una semana, justo antes de la proclamación ocultona de la república catalana por parte de Puigdemont: "Archiven la declaración unilateral de independencia. El respetable criterio de dos millones de personas no puede llevarse por delante un país de siete millones y medio de habitantes". De pronto, la economía real -la que hace cava o gestiona aguas- y la financiera -la que trabaja con el dinero- se comportaba como se sabía que se iban a comportar. No duden en leer el artículo, Nos jugamos Cataluña: es toda una lección sobre cómo aplicar el "donde dije digo, digo Diego". Se trata de un ataque de pánico en toda regla, como si de pronto un medio escrito de referencia en Cataluña y también en el procés se diera cuenta de lo grave de la situación no ya social, sino empresarial y económica que afrontaría un nuevo Estado no reconocido por nadie, que espanta a cientos de empresas, que eleva el riesgo internacional de lo catalán a niveles de república, sí, pero bananera.

La Vanguardia ha informado durante meses sobre el proceso independentista entre meritorios ejercicios de equidistancia, pero también con decidida apertura a la posibilidad de que el Estado español se fracturara de la mano del Govern. Es un medio privado que, sin la indumentaria de hincha de la TV3, ha abanderado, y no tan de rondó, el acelerón en turbo del "derecho a decidir", una trampa conceptual y un virus letal inoculado en familias, colegios, centros de trabajo y barrios, abriendo una brecha fatídica e histórica dentro de Cataluña, dentro de España y entre Cataluña y España en el mundo. Y de pronto, el marrón, la descomposición ventral ante lo que era evidente que sucedería, lo de cajón: el dinero tomaría decisiones para protegerse de la aventura narcisista, tan bellamente escenificada en la calle entre mares de esteladas al viento. De pronto, decimos, La Vanguardia ve la luz, y exige que cesen en su empeño "los aventureros": se acababa de pronto el romanticismo, se acercaba a toda velocidad la sorda acometida de la bestia. Recuerda esto a aquel torerillo de La vaquilla de Berlanga, que aun sabiendo que un toro es un toro, se rodeó de la parafernalia y el halo masculino y artístico de ser matador -sin serlo-, para descubrir, entre su propio mal olor, que al final del teatro habría que torear. ¡Salvemos Cataluña, una vez destrozada entre nosotros, sus más amorosos hijos!

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