La moción gripada de Pablo

Algún día puede que se acuerden de aquel tal Iñigo Errejón. Tiempo al tiempo. Aunque puede que ya sea tarde

Cantaba Bob Dylan que la respuesta está en el viento. Pero no siempre es así. Porque, por más que se intente adivinar cuáles son las complejas y enigmáticas razones que mueven a Pablo Iglesias a actuar como actúa, la brisa de la comprensión no hace acto de presencia, no ofrece contestación alguna a tan lógica y necesitada pregunta. El anuncio que realizó el jueves en el Parlamento de presentar una moción de censura, custodiado -a la americana- por su guardia pretoriana, sería calificada por muchos como una actuación política responsable y coherente. Argumentario, puede haberlo. El principal, tal vez único, los casos de corrupción del Partido Popular, a los que ya dedicamos unas líneas la pasada semana. Lo adornarían, claro está, con el famoso y ajado sentido de la responsabilidad. Un cliché bastante socorrido y, como diría el archiconocido "Chiquito de la Calzada", tan vacío como la cafetería de Fama el día del examen.

La moción de censura, en estos momentos, no toca, y Pablo lo sabe. Hablaron las urnas hace un año. Si quiere trabajar efectivamente contra la corrupción, sea de quién sea, y venga de donde venga, hay otros mecanismos más eficientes y serios que los "tramabuses", o las patochadas pintorescas en las sesiones del Congreso, o la propia moción de censura comunicada, con la que solo vienen a frivolizar algo más la vida parlamentaria. Trabajen arduamente a tal fin, en su tarea, que es la de legislar, no otra. Para eso se eligen a los diputados, miembros del poder legislativo.

Es conocido que para el mantenimiento y mejor rendimiento del motor de un vehículo el aceite es esencial, al igual que la inteligencia es el mejor lubricante para mejorar y potenciar las virtudes del ser humano. Me atrevería a decir que Pablo Iglesias alberga unas cuantas, pero no le acompaña la inteligencia que se le presupone. No carbura tan bien como podría hacerlo y, por lo tanto, sus virtudes gripan. No las pone al servicio del bien común, de ahí que resulte incomprensible y fuera de lugar sus actuaciones en el terreno político. Su vanidad, su egocentrismo y el sentido trivial que imprime a su trabajo le ciega, y está provocando que la ilusión y esperanzas que creó Podemos en la gente cuando nació se desvanezca poco a poco, como la espuma. Algún día puede que se acuerden de aquel tal Iñigo Errejón. Tiempo al tiempo. Aunque puede que ya sea tarde.

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