La opinión pública

Maquiavelo decía que los gobiernos para perpetuarse en el poder tan solo necesitan el apoyo de la opinión pública

Desde los mismos fundamentos teóricos que la alumbraron, paridos durante el período de la Ilustración, la democracia ha sostenido su estatus y limpieza en la existencia -supuesta y necesaria- de una opinión pública libre y bien informada. El gran filósofo británico ilustrado Jeremy Bentham, defensor de la democracia radical en la etapa postrera de su pensamiento, defendió la necesidad de un Tribunal de la opinión pública. Este tribunal tendría la misión de vigilar y fiscalizar la acción de los gobernantes y funcionarios públicos, emitiendo su aprobación o censura hacia ellos, condicionando así al electorado en la posterior celebración de los comicios. El tribunal en cuestión estaría integrado por el "Público", entendido en la acepción bentahamiana como la porción del pueblo con derecho a voto que "está interesada en alguna materia relativa a la comunidad, se informa sobre ella y crea una opinión propia al respecto". En su acción de control, el Tribunal de la opinión pública debería usar tres fuentes de información: acceso sin límite a todos los documentos públicos (que deben reflejar minuciosamente todas las decisiones gubernativas), la inspección personal de los gobernantes (hasta el punto, por ejemplo, de poder asistir presencialmente a las reuniones de los ministros con sus interlocutores, en sus despachos o gabinetes) y, por supuesto, la prensa libre, justa y bieninformadora. Las tesis de Bentham tuvieron una amplia influencia posterior y llegan hasta la actualidad renovadas por filósofos como Habermas, quien tanto empeño ha puesto en demostrar que la salud de una democracia depende fundamentalmente de una opinión pública libre, que no esté manipulada. En este sentido, y ante la evidencia de la permanente manipulación orquestada por el poder en nuestras democracias, con todas las armas a su alcance, conviene citar -a modo de conclusión final- al pensador que ya planteó la cuestión con mucha antelación a Bentham: Nicolás Maquiavelo. El florentino ya advirtió de que la verdadera diferencia entre una democracia y un autoritarismo es que el pueblo se forma la opinión libremente en el primero y moldeada por el gobernante -con la educación, formación, información, secreto y censura controladas por él- en el segundo. Maquiavelo añadía, además, que los gobiernos de todo tipo, incluidos los más autoritarios, para perpetuarse en el poder tan solo necesitan el apoyo de la opinión pública.

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