República de las Letras

La palmera

La relación de estos que gobiernan el Ayuntamiento almeriense con los árboles siempre es conflictiva

¡las vueltas que da la vida! Quién me iba a decir que un día escribiría un artículo de prensa sobre la palmera del Paseo, la que acompañaba al gran ficus desde hacía un siglo. Esa palmera y ese árbol forman parte de un recuerdo entrañable de infancia, cuando Paseo abajo mis padres nos llevaban a la Feria. Allí estaba ella, abrazada amorosamente por el ficus. Y allí ha permanecido durante generaciones sin ningún problema, siempre en familiar convivencia con el gigantesco vecino. Hasta que la noche del pasado jueves -con nocturnidad, por tanto- fue talada por orden del señor alcalde de Almería. La relación de estos que gobiernan el Ayuntamiento almeriense con los árboles siempre es conflictiva. No plantan nuevos, y si lo hacen son palmeras -Parque de Pescadería, por ejemplo- o mimosas -en los colegios- o similares, árboles de poca sombra en una Almería mediterránea que un día se proclamó capital de la Costa del Sol. Árboles, en efecto, faltan por todas partes. En la Rambla y en Obispo Orberá, sin ir más lejos, maldita la sombra que hay a ciertas horas, precisamente las de sol más recio. En el Parque de la Estación, menos todavía. Ni en el de las familias. Únicamente el Parque del Andarax se ha visto favorecido por las benéficas sombras de los pinos. Pero, claro, ese parque está "anca Dios". En las plazas y calles de Almería no hay árboles. Yo promulgaría una ley que obligase a los ayuntamientos a plantar en el casco urbano al menos tantos árboles como habitantes tenga la población. Lo malo es que los árboles tiran hojas, dicen. Hay que podarlos, barrer las hojas, regarlos… No hace mucho vimos las peregrinas explicaciones que daba el señor alcalde al intento de tala de los ficus de la Avenida del Mediterráneo, tala que los vecinos y los comentarios en las redes sociales impidieron: decía que es que… ¡había que podarlos cada dos años!

Pues bien, todo eso nada tenía que ver con la palmera del Paseo. Cierto que se hallaba curvada por efecto de ese abrazo -a la postre, mortal- del ficus, que la empujaba hacia el centro de la avenida. Pero eso se podía corregir con una poda inteligente -¡inteligente!, casi nada- del gran árbol, que facilitara a su vecina la vuelta a una posición cercana a la normal, con la necesaria ayuda, claro, de los jardineros. Pero esta gente piensa de los árboles lo mismo que de la cultura en general: son un gasto. ¡Y ahora, a por el ficus!

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