Un paraíso fiscal

Lo ético siempre ha respondido a la íntima relación que sostenemos con la moral

El origen de la palabra «ética» significa algo así como el lugar donde se vive o donde radica el carácter de un ser humano. Siempre que nos adentramos en ese término parece como que un aire de cierta solemnidad lo mueve todo. Nos paramos justo frente al espejo, nos ponemos el monóculo, fruncimos el ceño y nuestro dedo meñique asume la absurda verticalidad como si el abismo le perteneciese. Es así. Lo ético siempre ha respondido a la íntima relación que sostenemos con la moral. Incluso, en ocasiones, ambos conceptos tienden a confundirse. Sin embargo, aunque parezca todo lo contrario, la moral es un legado que pertenece a la sociedad y la ética al ámbito íntimo de un individuo en particular. Ostentar el cargo de fiscal anti-corrupción de un estado no tiene por qué soportar ni la ética ni la moral de nadie. A los hechos me remito. Se puede desarrollar un oficio honesto siendo el ser más despiadado -presunto y presiento-. El sistema lo admite y lo permite. A esto último, lo llamaremos democracia.

Sin embargo, el ciudadano de a pie no tiene por qué tolerar este tipo de situaciones. A esta tipo de sentencia la denominaremos libertad de elección, de pensamiento y de acción. Es cierto que todo lo malo tiene algo bueno. Esta crisis que comenzó en 2007 -la económica, no la existencial: esa ya había empezando hacía mucho tiempo- nos ha servido para ponernos un poco más cerca de la cola de los países europeos. Exigir transparencia, ética y ejemplo hace unos años nos hubiesen llamado locos, como mínimo. Ilusos, a lo sumo. Sin embargo, ahora es una cuestión de integridad. La sociedad está un poco más comprometida con los vaivenes del Estado. Ya no estamos pendientes sólo de Mujeres, Hombres y Viceversa, ni del Salvame Deluxe.

Un paraíso fiscal no es un fiscal que vive en Playa del Carmen, México. Durante unos días, casi nos han hecho pensar que era posible convivir entre perseguir el crimen organizado y vivir de las mismas estrategias -presuntamente- de aquellos a los que se persigue. Lo cierto es que, de mayor, me hubiese gustado vivir de esa forma: al límite, como cuando eres el único que te equivocas con un botón en el congreso. Sin embargo, me ha tocado vivir con la pesadumbre de los hombres pobres. Que no es otra que sentir que la vergüenza es una emoción que sólo está destinada para el pueblo.

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