La pasión de Bach

Bach era un hombre profundamente religioso y su obra es como una plegaria

Para muchos es el techo de la historia de la música, la obra más perfecta y sublime de nuestra cultura. Johann Sebastian Bach compuso La Pasión según San Mateo BWV 244 entre 1727 y 1729. Se sabe con seguridad que el 15 de abril de 1729, Viernes Santo, se interpretó en la iglesia de Santo Tomás de Leipzig dirigida por el propio compositor. Estudios recientes apuntan a que hubo un estreno preliminar en 1727, pero no hay plena certeza sobre ello. La Pasión es un monumental oratorio de unas tres horas de duración escrito para voces solistas, doble coro y doble orquesta, que narra la tortura y muerte de Jesucristo. Su libreto se basa en los capítulos 26 y 27 del Evangelio de Mateo traducido por Martin Lutero. Durante años, Bach fue perfeccionando su composición con una pulcritud y autoexigencia admirables; la última revisión data de 1736. La partitura original muestra el primor de la escritura y las correcciones y restauraciones que el compositor hacía con sumo cuidado, pegando pequeños parchecitos de papel y escribiendo encima de ellos. Tras su muerte, la obra fue relegada al olvido hasta que Felix Mendelssohn la interpretó en 1829 en Berlín. Se publicó entonces su partitura, dando el pistoletazo de salida al redescubrimiento del compositor, tantas décadas ignorado por el Clasicismo, e iniciando un crescendo de asombros y admiraciones, sin altibajos hasta hoy, que le colocan como el más grande de todos los tiempos. Su música es el más glorioso final del barroco pero, al mismo tiempo, anida en ella una emoción e intensidad expresiva muy personales que la hacen universal e intemporal. Bach era un hombre profundamente religioso y su obra es como una plegaria, incluso aquella que no es estrictamente sacra se haya transida de una unción mística y profundísima. Pese a ello su música atrapa por igual a creyentes y no creyentes de cualquier época. A todos nos emociona por su sublime belleza y su pasmosa perfección, su indestructible armonía y equilibrio; música en estado puro, que sobrevive por sí misma, sin necesidad de argumento alguno. Y hay algo más: cuando escuchamos obras como La Pasión asistimos a un anhelo, un deseo aún no satisfecho, un drama profundamente humano. La música de Bach es siempre una expresión abierta, inconclusa, es una promesa, el deseo de un sueño inalcanzable, el anhelo de un mundo mejor. Probablemente se dirige a Dios, pero es profundamente humana. Y ese es el secreto de su universalidad.

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