El punto de conservación

Después de un viaje en transporte público en plena canícula comprendo lo que sentirá una croqueta a medio descongelar

No voy a descubrir la pólvora hablando de este tema, pero ganas tenía de dar mi punto de vista. Empiezo a pensar que hay un complot de exterminio ciudadano, una estrategia de control demográfico asociada al uso del transporte público y a la presencia en establecimientos de la misma índole, cuyo dominio del termostato debe estar en manos de sádicos desalmados, sea cual sea la época del año. Si viajar en un autobús urbano no más de siete o diez minutos puede provocarte sequedad en las vías respiratorias, agárrate los machos cuando el trayecto sea de largo recorrido en pleno mes de julio y no cayeras en la cuenta de que te adentrarías en un secadero de jamones en vez de en un vagón de tren, por poner uno de los varios ejemplos de vehículos comunitarios donde tus células pueden alcanzar el punto de helor justo para hacer que tus extremidades dejen de notar la vida correr. Y en invierno el asunto tampoco se equilibra, porque al acceder a un establecimiento comercial, otro insigne ejemplo de templo climático, como tardes más de lo justo en retirarte las capas de abrigo protectoras, podrás entrar en combustión, si no has hecho cortocircuito antes por choque térmico nada más poner un pie dentro. Es el festival del desmadre indumentario, una oportunidad permanente de hacer uso de prendas y complementos que creemos destinados a épocas concretas y exclusivas del año, como los calcetines y las bufandas para el invierno y las sandalias y el abanico para el verano. Un efecto más de globalización en términos domésticos, no hacer lo que se conoce como cambios de armarios por no saber cuándo podrás necesitar una chaqueta de cuero en agosto o una camiseta de tirantas en enero. Quizá, y esto es sólo una asociación tan libre como la imaginación misma, pudiera ser un sutil reflejo de la falta de equilibrio generalizado, una muestra fiel de que el sentido común debe andar dando vueltas despistado por el vacío cósmico después de haberle dado la patada definitiva y quedarnos con una gestión neurótica de los servicios y un desproporcionado consumo de los recursos. Quizá otra muestra de falta de conciencia acerca de la fuerza que puedan ejercer pequeños, individuales y sumados gestos. Después de un largo viaje en transporte público en plena canícula comprendo mucho mejor lo que pudiera sentir una croqueta a medio descongelar, si acaso se le pudieran atribuir emociones humanas a una croqueta.

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