La rémora de la seducción

Dicen que se ha creado una comisión de juristas para revisar la tipificación legal de los delitos sexuales

Dicen que se ha creado una comisión de juristas para revisar la tipificación legal de los delitos sexuales. El propósito será loable pero el reto no es fácil, aunque afrontarlo sea, por fin, inexcusable. Son miles de años conviviendo bajo estereotipos culturales gestados bajo el imperativo genético del irreprimible instinto reproductor. Una trampa biológica de ansiedades, un fuego helado que trastorna a dioses y humanos, que apenas dulcificó, solo en su apariencia, esa falacia ilusiva que los trovadores llamaron el amor cortés. Pero la lacra opresora germinada bajo su despotismo milenario y universalizado, no se superará de un día para otro. Ni siquiera por una comisión de sabios a fuer de afinar penas según las categorías anatómicas agredidas. Claro que no. La revolución social en pro del respeto a la dignidad de la mujer solo podrá cimentarse desde una educación radicalizada en una igualdad de y para todos, pero ojo, que no repela la alteridad legítima ni reprima el derecho a la autenticidad personal de cada cual (y excusen eso de la autenticidad, sea lo que sea, aquí signado solo como una muletilla coloquial). Una educación revolucionaria desde la cuna, desde la escuela, sin desmayo ni lagunas. Vale, dicho queda. Pero quizá tampoco será suficiente enseñar solo respeto. En esta materia habrá que enseñar más cosas. Habrá que aplicar más ciencia conductual. Acaso más consciencia neuronal. Porque si fuera cierto, como dice A. Damasio, que los sentires inconscientes son otra cara, junto a la mente, de la misma moneda orgánica que nos hace personas, habrá también que aclarar cómo disciplinamos, qué salida expresiva le damos a las inclinaciones emocionales irreductibles, a los roles afectivos que traemos incorporados de fábrica. Esos instintos que interaccionan con la razón y que nos incitan a cautivar la atención y la libido ajena. Aclarar qué demonios ideamos contra esa rémora de la seducción (voz que, no olviden, proviene del seducere latino: engañar). Cómo hacemos para que el romanceo, el ansia de exhibirse y aparentar con que nos trampean las feromonas tributarias de la reproducción de la especie, se atengan a los protocolos codificados. ¿No sería más realista crear comisiones de sexólogos que catequicen las pautas básicas de la seducción amorosa y los límites de la mirada, el pavoneo y el silencio cómplice de quien no sepa expresar cómo quiere que le den lo que quiere?

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