LA TRiBUNA

José Antonio Garrido

La revolución rusa y el mal de las vacas locas

E N 1915 la situación de la clase obrera rusa era crítica. Hacía casi una década que sus condiciones laborales rozaban lo infrahumano y la situación se volvía insostenible. Las jornadas de trabajo superaban las diez horas diarias, por unos salarios indignos y con unas condiciones de salud y seguridad oscuras. Todo ello se tradujo en un sinfín de huelgas y protestas que fueron desatendidas o reprimidas violentamente por el zar Nicolás II. A esto hay que añadir que en ese mismo año, en plena Primera Guerra Mundial, el zar decidió tomar el control del ejército, abandonando palacio y dejando a cargo del gobierno a su esposa, la zarina, que era incapaz de tomar ni una sola decisión importante para su país sin la aprobación del que ya era conocido en Rusia como el monje loco: Rasputín.

En octubre de 1916 Rusia había perdido, entre muertos, desaparecidos y prisioneros de guerra, casi cinco millones de soldados. El pueblo, cada vez más descontento con la situación, se amotinaba y mostraba su rebeldía cada vez que le era posible. La cámara baja del parlamento ruso -la Duma- avisó al zar de la necesidad de tomar medidas en forma de reformas constitucionales, pero éste hizo caso omiso de la advertencia. Como no podía ser de otro modo, esta situación desembocó, en febrero de 1917, en una revolución que acabó con el régimen zarista y que estableció el primer gobierno comunista del mundo, liderado por Lenin.

Poco a poco, las autoridades soviéticas fueron extendiendo su área de influencia a todos los aspectos de la vida rusa, y la cultura y el arte no podían quedarse atrás. Una de las primeras medidas adoptadas fue la retirada del apoyo institucional a las actividades vanguardistas para favorecer la estética del Estado. Era necesario el apoyo unánime al Realismo Socialista. Así, la salida del país de George Balanchine, uno de los mayores coreógrafos de la historia del ballet, era sólo cuestión de tiempo. Balanchine se instalaría en Nueva York y crearía en éste el NYCB (New York City Ballet), una de las compañías de ballet más prestigiosa del mundo. Aún hoy, Balanchine es considerado el responsable de la fusión de conceptos modernos con las ideas más viejas del ballet clásico.

George Balanchine murió en 1983, cuando la Unión Soviética daba sus últimos coletazos. La causa de su muerte no estaba clara, aunque todo apuntaba a un error del sistema nervioso central. El coreógrafo empezó a presentar problemas de coordinación muscular y un claro cuadro de demencia, que terminaron por dejarlo ciego, sordo y paralítico. Todo apuntaba a que su muerte podía haber sido debida a la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (ECJ), pero no fue hasta que se le realizó la autopsia cuando esta hipótesis fue confirmada. Su cerebro tenía el aspecto de una esponja o de un queso suizo. No cabía duda, George Balanchine había muerto debido a la ECJ.

La ECJ es causada por una proteína llamada prión que es también la responsable de la encefalopatía espongiforme bovina -EEB o "mal de las vacas locas"- en el ganado vacuno y de la enfermedad de scrapie, en el ovino. La principal característica de los priones es que son capaces de dar lugar a estas enfermedades pero no son seres vivos. Es decir, carecen de material genético (ADN o ARN).

En condiciones normales, los priones se presentan en el organismo como proteínas inocuas, que no producen ningún daño. Sin embargo, una mutación puntual en su secuencia de aminoácidos (que son cada una de las "piezas" de las que están formadas las proteínas) conduce a que ésta se pliegue de una manera diferente a la proteína normal, adquiriendo así una forma infecciosa que es la responsable de ocasionar la enfermedad. La característica que convierte a esta forma infecciosa en letal es que uno sólo de estos priones mutados es capaz de inducir la mutación fatal en las proteínas sanas en una especie de "reacción en cadena".

Entre las diferentes clases de la ECJ, una de ellas es transmitida por contacto con priones infecciosos. Se trata de la ECJ adquirida y se produce como consecuencia de la exposición a tejidos cerebrales o del sistema nervioso infectado. Dentro de esta clase, en 1996 fue descrita una nueva variante que se relacionó con la exposición al prión responsable del mal de las vacas locas. Por suerte, en España, las medidas de seguridad tomadas para evitar el contagio a partir de animales infectados son muy altas y los ministerios de Agricultura y Sanidad garantizan que la carne que consumimos en nuestro país es segura. No cabe duda de que la dieta de hoy, hipercalórica y rica en comida precocinada, no es nuestro mejor aval; así las cosas, podemos estar seguros de que no es el mal de las vacas locas el mayor problema en nuestra alimentación.

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