El escritor, actor, compositor y cineasta Noël Coward es autor de una frase muy ocurrente: "es extraordinario lo potente que es la mala música". Un incidente institucional entre el Ayuntamiento de Málaga y la Junta de Andalucía, a cuenta de las molestias que causa el ruido de los entrenamientos de equipos de baloncesto en colegios de la capital, me invita a parafrasear a Coward: hay que ver lo potente que es todo ruido molesto. Vivimos en un mundo muy sensible con la contaminación atmosférica. Nos preocupa el agujero en la capa de ozono, el recalentamiento del planeta y la boina de Madrid, pero somos muy indulgentes con la contaminación acústica y con quienes generan ruidos molestos, sea en un entrenamiento deportivo, en una fiesta particular o durante la proyección de una película en el cine.

La propia UE considera el ruido uno de los mayores problemas medioambientales de Europa, pero legisla más pensando en el tráfico vial, ferroviario y aéreo, o en el ruido industrial que en las molestias domésticas. Que los equipos de baloncesto entrenen en colegios de Málaga parece razonable a todas luces. Como actividad extraescolar, porque en los equipos hay chavales del barrio que estudian en ese centro educativo, y como aprovechamiento de las instalaciones. Ocurre que las infraestructuras no están cerradas para evitar molestias a los vecinos y ahí empieza la transacción. Que la Junta y un ayuntamiento no gobernado por el PSOE tengan un conflicto de cualquier orden no es noticia. Y sin entrar en el fondo del asunto, lo cierto es que las administraciones españolas tienen dificultades para acabar con los problemas de ruido en cualquier forma que se presenten.

En Sevilla, los bares de los alrededores de la Alfalfa congregaban tal cantidad de gente en la calle con un griterío creciente, que los vecinos poblaron sus balcones de pancartas de protesta. En cualquier ciudad hay lugares que se convierten en pequeños botellones insufribles. Es una cuestión de educación: que una población esté sucia es responsabilidad primero de sus ciudadanos, poco cuidadosos, y sólo en segundo lugar es culpa de un servicio municipal de limpieza deficiente. Aquí estamos en las mismas. Hace pocos días, en una pequeña sala de cine, entre los asistentes a la extraordinaria película de Isabel Coixet La Librería estaba un joven que se había equivocado de filme: no paró de hacer ruido con las chucherías que llevaba y de encender su móvil molestando a todos los espectadores. Contra eso es difícil legislar.

Deberíamos ser capaces de erradicar el ruido molesto de la vida cotidiana como se ha erradicado el humo de tabaco de los lugares públicos ¡con lo potente que era el mal olor que desprendían los locales cerrados! Pero para eso hay que concienciarse de que el ruido es tan malo para la salud como los gases efecto invernadero. Peor incluso que la mala música.

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