Toreros para el recuerdo

Víctor Navarro

Un torero sin 'desperdicio'

Manuel Domínguez 'Desperdicios' Se convirtió en un maestro en realizar la suerte suprema al recibo · Viajó a América y se dedicó a muchos oficios

Manuel Domínguez nació en Gelves (Sevilla) el 27 de febrero de 1816. Fue un torero tosco en sus movimientos pero no con los aperos de torear, inventor del lance de capa El Farol, además era maestro con el estoque, realizando la suerte, la mayoría de veces, recibiendo.

Como muchos de los toreros de la época, antes de ser matador, fue banderillero un periodo de cinco años que comprendió desde 1831 hasta 1836, a las órdenes de Juan León y Manuel Lucas Blanco. En esta etapa, Desperdicios, estoqueó algunas reses cedidas por los matadores, una atención de la época que tenía el espada con algunos subalternos.

El 28 de septiembre de 1836, Manuel Domínguez Campos recibió en Zafra, una alternativa que nunca hizo valer y poco después partió hacia América, en donde estuvo viviendo en varias repúblicas del sur del continente durante dieciséis años. En su vida al otro lado del Atlántico, el diestros estuvo dedicado a muchas cosas, siempre fuera de torear, un arte que cultivo relativamente poco en su etapa americana. Se afincó en una hacienda y fue ranchero, político, militar y un negociante muy habilidoso.

Toda una vida de aventuras avalan su estancia hispanoamericana.

De vuelta a España, el 10 de octubre de 1853, al poco de regresar del extranjero, volvió a tomar la alternativa, sí, fue un matador con dos alternativas en su historial, esta vez en Madrid, de manos de Salamanquino y en donde actuando como testigos los diestros Cayetano Sanz y El Livi, tres de las máximas figuras de su época, una tarde en la que se lidiaron toros de la ganadería de Vicente Martínez.

Aunque no gustó mucho al respetable madrileño, la valentía que arrojaba en el ruedo Desperdicios estaba muy bien vista por los entendidos y críticos taurinos del siglo XIX.

Domínguez fue un hombre muy castigado por los toros, pero el diestro salía de sus cogidas con más valor aún. Su percance más grave ocurrió en el Puerto de Santa María en 1857: al entrar a matar el primero de la tarde, un morlaco de Pérez de la Concha, fue enganchado por la cara y el pitón le vació el ojo derecho; cuentan las leyendas y habladurías taurinas, que el matador permaneció unos segundos en pie contemplando su ojo y tras recogerlo con un lienzo, dijo en todo socarrón: "¡Bah!, esto son desperdicios".

Y así, Manuel Domínguez, que adoptó su nombre artístico a raíz de este grave incidente, tuerto, falto de cualidades y de movimientos cada vez más torpes, debido a su edad, continuó toreando hasta que fue sexagenario dando muestras de su arrojo singular.

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