El valor de la tragedia

Parece que no sentimos inclinación si no hay tragedia. Hay muertos, muchos muertos, aquí y lejos de aquí

Muertos los hay a diario. En todas partes. Con mucho ruido o en silencio. Por enfermedades o por el advenimiento de un suceso mortal. Muertos hay muchos y a diario. Las reacciones de la sociedad ante las muertes son de lo más variopinto. Desde la total indiferencia hasta la angustia pintada en el rostro de la gente. Es curioso, pero pasamos indiferentes ante personas que, tiradas en la acera, piden una ayuda para sobrevivir y ni nos dignamos mirar sabiendo que su vida terminará en corto plazo de tiempo. Sin embargo, esta misma sociedad, nosotros mismos, creemos que no hay que escatimar medios ante el peligro inminente, más o menos accidental, al que se enfrenta una persona que ha caído en una sima, o se ha perdido en la montaña, o cualquier otro avatar, un ataque terrorista o violencia machista, por ejemplo, que le depare el destino. Todos los esfuerzos físicos y diplomáticos se darán por bien empleados y respiramos tranquilizados cuando nos enteramos de que toda la operación se ha saldado con éxito y que no se ha perdido una vida, o lamentamos profundamente la muerte. Son operaciones que cuestan mucho dinero; pero parece que no nos importan los gastos cuando no salen directamente de nuestro bolsillo. Encuentro que en toda esta actitud hay una motivación concreta: la atracción que ejerce sobre nosotros la tragedia más o menos cercana. Todos esos casos tienen en común que se han desencadenado envueltos en tragedia. Se salva la vida de un niño que estaba aislado en una habitación en una casa incendiada, o que gatea inocente y peligrosamente por una cornisa, y todos aplauden entusiasmados y consideran héroes a los que consiguen salvarlo. Pero han pasado de largo cuando sabemos que ese mismo niño está padeciendo, día a día, carencias que pueden ser graves y que marcarán su vida; incluso despotricamos de las posibles medidas que toman las autoridades para paliar su situación familiar. Parece que no sentimos inclinación si no hay tragedia. Hay muertos, muchos muertos, aquí y lejos de aquí; vidas que se pierden cuando con poco de dinero podrían salvarse. Pero como no están nimbadas del halo trágico no parecen merecer nuestra atención. Es como si en nuestro inconsciente tuviéramos el prurito de la heroicidad y que, aún a través de otros, quisiéramos cristalizarlo al menos una vez. Sin embargo, ni el valor de una vida, ni el valor de una acción están condicionadas por la tragedia.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios