Ya viene el sol

En Mónsul, a las ocho de la mañana de un domingo de agosto en puente, hace frío y prácticamente no hay nadie

En Mónsul, a las ocho de la mañana de un domingo en pleno mes de agosto de puente, hace frío y prácticamente no hay nadie. Hay tan sólo alguna pareja, un padre con sus hijos pequeños y tiendas de campaña algo escondidas con mesa, infiernillo y litrona. Entre las ocho y las nueve de la mañana, no en invierno, no en septiembre, no en medio de la semana, en agosto, en domingo, en verano, Mónsul es la playa paradisíaca de la que hablan las guías de viaje. La playa de los sueños, la de hace millones o sólo decenas de años. Sólo lo estropea el frío y el viento, no demasiado fuerte pero molesto. Sin embargo el agua está bastante caliente y en ese lapso de tiempo no hay que pagar para aparcar. A la entrada del camino a la playa hay dos contenedores de basura repletos, volcados y con toda la basura esparcida esperando que venga el sol, la caliente y la pudra porque el servicio de recogida no es madrugador o no la recoge el día anterior ya que se presume que la gente no se ha pasado toda la noche echando basura al contenedor. A esa hora sólo van las gaviotas, que siembran un tapiz de huellas que tesela toda la playa y que se marchan pronto a otra cala cuando vienen algunas personas. El sol ha ascendido ya por detrás de la montaña este-nordeste (donde está la duna de arena fina) pero algunas nubes no le dejan calentar el aire. A las nueve y mientras los primeros bañistas nos vamos ya y mientras salimos por el camino que lleva al aparcamiento, un cartel dice que está prohibido acampar y acto seguido empieza la invasión de seres con neveras portátiles, sombrillas gigantes, tumbonas, hinchables, aparatos de música y todos los artefactos posibles para hacer de la playa el chiringuito particular. Es entonces cuando el aparato del estado ya ha puesto sus cobradores de impuestos en sitios estratégicos y la caravana empieza a formarse en el camino de tierra que lleva a la playa idílica de las guías de viaje. En San José ya hay tropeles de vehículos atiborrando las calles que llevan a la entrada de la playa y ya están casi saturados las cafeterías y los aparcamientos. El sol ha sorteado ya las montañas y las nubes y calienta con saña el aire y el suelo invadido preludiando el infierno de las doce del mediodía. Los seres ya han borrado todas las huellas de gaviotas y a alguna hora de la mañana se recogen las basuras, lo cual es indiferente, ya que en poco tiempo habrá mucha más.

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