Rosa de los vientos

Pilar Bensusan

El zapatero y el rey

NaEn un lejano reino, de cuyo nombre no quiero acordarme, hacía treinta y tres años que reinaba un monarca bueno. Desde siempre, sus primeros ministros habían sido elegidos por el pueblo, cosa que él había propiciado y procurado en su reinado porque era un Rey demócrata, prudente y muy querido entre sus súbditos.

Unos cuantos años atrás, las gentes habían elegido como Primer Ministro a un Zapatero sonriente, al que unos creían muy valioso y honesto mientras que otros reían ante su presencia por la inseguridad y desaliento que despertaba. Sea como fuere, lo cierto es que la mayoría confiaba en él, a pesar de haber debilitado el reino ante los señores del norte, cuyas ansias de independencia se habían desbordado ante los guiños de este prodigioso zapatero.

Un día estaba el Rey entrando en uno de los salones principales de una ilustre Universidad para entregar un premio a un excelso poeta, cuando una atrevida cronista llamada Ibairriaga se le acercó y osó preguntarle al monarca: "Majestad, ¿me permite hacerle una pregunta?". "Dime, dime", le contestó el Rey. Estoy preparando una crónica sobre el zapatero real, "¿podría darme, por favor, su opinión sobre él, como persona?". Entonces, ante el asombro de todos los presentes, se produjo un hecho inédito hasta ahora en el reino, pues nunca antes el Rey se había pronunciado sobre sus primeros ministros. "Sí -dijo el Rey-. Es un Hombre muy honesto. Muy recto. Que no divaga. O sea, la gente cree que hace cosas así… como divagando -añadió mientras levantaba y movía la mano-, pero no hay nada de eso. Él sabe muy bien hacia qué dirección va y por qué y para qué hace las cosas. Tiene profundas convicciones. Es un ser humano íntegro". La insistente cronista entonces le dijo "sin embargo, le siguen considerando un enigma". "Bueno -respondió el monarca en tono simpático- quizá por la forma de las cejas, el gesto, los ojos, esa sonrisa particular… Pero lo importante es el valor de lo que hay detrás de todo eso: un hombre recto". Tras darle las gracias por su insólita revelación, Su Majestad entró en la sala y, mientras presidía el solemne acto, le confesó a su zapatero "He hablado de ti".

A partir de aquel día muchos pensaron que aquel no era ya el Rey de todos, pues era la primera vez que emitía una opinión personal sobre uno de sus gobernantes, lo que le alejaba de los súbditos que no habían elegido a aquel extraño zapatero. Otros, sin embargo, lo vieron como una sabia estrategia real para acercar a un zapatero no muy monárquico a la realeza reinante, para tenerlo de su lado y evitar que los expulsara del reino. Pero en estos casos, lo mejor, callarse

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