Para su desgracia, Alepo ha ingresado en la lista de ciudades mártires de la humanidad, aquéllas con las que la guerra se ha cebado de una manea cruel, dejando su caserío arruinado y su población diezmada. Junto a urbes como Stalingrado, Berlín o Sarajevo, Alepo ya es un símbolo, un recuerdo permanente de lo que es capaz de hacer el hombre. La que fuese una ciudad culta y próspera desde la antigüedad, es hoy un montón de escombros y cadáveres producto de una guerra múltiple y anárquica cuyas causas y consecuencias no terminamos de comprender. De cómo la onda expansiva de la llamada Primavera Árabe ha degenerado en esta gran matanza es algo aún incomprensible, aunque ya podemos apuntar algunos de los ingredientes que han colaborado en crear este monstruo: la existencia de una tiranía como la de Bashar Al-Asad, la aparición del apocalíptico Estado Islámico como coletazo de la guerra de Iraq, los intereses inconfesables de países como Turquía, Irán o las monarquías del Golfo Pérsico, el neoimperialismo ruso de Putin, la más absoluta indecisión de la Administración norteamericana de Obama, la debilidad de una Europa que ha dejado que fragüe un conflicto de estas proporciones muy cerca de sus fronteras, el gran negocio de las energías fósiles, y un largo etcétera. El resultado es ese puzle casi incomprensible en el que varias facciones se disputan un territorio y sus recursos bajo la mirada aterrorizada de una población civil que, en su huida, ha protagonizado una de las mayores mareas humanas que se recuerdan en Europa. Aparte, claro está, hay que destacar la estrecha vinculación que existe entre el conflicto y los recientes atentados yihadistas en Europa.

Ayer, todo indicaba que, al fin, estaba surtiendo efecto el acuerdo al que habían llegado el martes Rusia y Turquía para alcanzar un alto al fuego entre las fuerzas progubernamentales y las rebeldes, y se pudieron ver varias caravanas que estaban evacuando de la ciudad sitiada a combatientes del bando insurgente y civiles que, tras los continuos bombardeos, estaban condenados a vagar por la ciudad sin alimentos ni refugio ni asistencia médica, pese a que muchos están heridos. En total, unas 57.000 personas que ya saben muy bien qué aspecto tiene el infierno. Es responsabilidad de la comunidad internacional, pero especialmente de los países directamente involucrados en el conflicto, que esta evacuación se complete en su totalidad. Lo contrario sólo se podría entender como un crimen contra la humanidad. Otro más.

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