La importancia de las formas en una democracia

Desde hace ya mucho tiempo, y no sólo en el caso catalán, proliferan las fórmulas de juramento que eluden la Constitución

La polémica ceremonia de toma de posesión del nuevo presidente de la Generalitat de Cataluña, Quim Torra, dejó claro ayer la importancia que el simbolismo va a tener en la praxis diaria de un Govern que no escatimará esfuerzos para ensanchar la brecha que se ha abierto dentro de la sociedad catalana entre partidarios y contrarios a la independencia. En un acto de juramento breve y sobrio, el president omitió hacer cualquier referencia al Rey y la Constitución -como en su día ya hiciese el prófugo Carles Puigdemont-, y se comprometió a cumplir lealmente con sus obligaciones "en fidelidad a la voluntad del pueblo de Cataluña, representado en el Parlamento". El Gobierno central, que no mandó ningún representante -lo que indica hasta qué punto están rotos los puentes-, ya ha anunciado que va a estudiar la posibilidad de impugnar la validez de dicho juramento, aunque la Justicia ya aclaró en su día que este tipo de ceremonias no están regladas y, por lo tanto, no hay ninguna irregularidad en la fórmula elegida.

Torra, además, exhibió en la solapa el lazo amarillo -símbolo de la petición de libertad para los políticos catalanes presos- y en ningún momento lució el medallón de presidente de la Generalitat, una prueba más de su vasallaje a un Puigdemont, al que considera como president legítimo. Evidentemente, estamos hablando de cuestiones simbólicas, pero habría que recordar la importancia que los símbolos y las formas tienen en Democracia. El que Torra se haya negado a mencionar en su juramento a las dos fuentes que dan legitimidad a su cargo, la Constitución y el Estatuto de Autonomía, es sencillamente un anuncio de la actitud de rebeldía que va a mostrar en los próximos tiempos.

Desde hace años, y no sólo en el caso catalán, proliferan las fórmulas de juramento caprichosas y extravagantes con las que diputados, concejales, senadores y altos cargos representativos eluden acatar expresamente el ordenamiento constitucional, algo que, aunque no les exime de cumplir escrupulosamente la ley como cualquier otro ciudadano, sí les permite hacer guiños a sus electorados más radicales. Tales subterfugios, a veces un tanto infantiles y sonrojantes, no deberían permitirse, aunque sólo fuese por una cuestión estética. Cada vez parece más evidente que hay que regular este tipo de fórmulas para que nadie se vuelva a permitir ningunear a la Constitución, que es de donde manan nuestras libertades y derechos fundamentales.

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