Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad

La Almería de Alfonso Berlanga

La escritura sigue su larga recta, cuando declina el día. Alfonso Berlanga lo ha hecho posible. Con una pluma que va más lejos que el tiempo

La Almería de Alfonso Berlanga La Almería de Alfonso Berlanga

La Almería de Alfonso Berlanga

Leyendo a Homero y a Virgilio, al Arcipreste de Hita y a Manrique, a Dante y a Petrarca, a Garcilaso y a San Juan de la Cruz, a Shakespeare y a Cervantes, a Góngora y a Quevedo, a Baudelaire y a Verlaine, a Keats y a Rilke, a Milton y a Saint John Perse, a Machado y a Guillén, a Bécquer y a Juan Ramón, al 27 y a Hernández, a Neruda y a Octavio Paz, a Benedetti y a Borges, a Salter y a Carver, a Bukowski y a Kadaré, a José Hierro y Ángel González, a Blas de Otero y a Gabriel Celaya, a Cántico y a sus epígonos, a Claudio Rodríguez y a Antonio Colinas, a Salvago y al gran Santano, Alfonso Berlanga descubre la poesía y la filosofía. Por ello mismo, su poemario es un verso infinito, que parte de Homero y llega a Quevedo; que parte de Góngora y llega a Juan Ramón; que parte de Bécquer y llega a Salinas; que parte de Aleixandre y llega a Hierro; que parte de Claudio Rodríguez y llega a Cántico; que parte de Saint John Perse y llega a Kadaré. Que parte de la pintura y llega al cine. Que parte de Velázquez y llega a Guillén. La poesía de este ilustre catedrático de instituto, enamorado de la universalidad mediterránea de Almería, es la metapoética jakobsiana de una metalingüística filosófica, que sorprende por esa originalidad, la cual nace en la infatigable lectura de los clásicos, de las vanguardias; de la tríada quevediana, al fin: vida, amor, muerte. Del principio: Quotidie morimur. Berlanga aspira a una poesía juanramoniana, desnuda del ropaje superfluo de la fatuidad y de las metáforas y adjetivos inútiles. Hasta conseguir una lírica pura, que se convierte en faro ético y estético.

El autor de La casa de la Almedina piensa, con Samuel Taylor, que la vida no es una respuesta, sino una pregunta y la misión del poeta no es hacerse eco de su inacabable rumor. Ser poeta es una manera de vivir. Por ello, su obra es un luminoso testimonio de la creatividad, porque creatividad es la poesía. El poeta es, y Berlanga lo sabe, un filósofo y un místico, un pintor y un escultor (de la palabra); un gramático y un filólogo de la existencia y un lingüista de la vida misma. Este eximio catedrático de Lengua y Literatura considera, como Heidegger, que la poesía es la fundación del ser por la palabra y con Vicente Huidobro versifica que el poeta es un pequeño Dios, que el verso es una llave que abre mil puertas y que el adjetivo, cuando no da vida, mata. Para demostrar que la poesía es un misterio no resuelto. Desde Homero a William Blake, desde Virgilio a Keats, desde Dante a Verlaine, desde Mallarmé a Walt Whitman.

La casa de la Almedina es una genialidad, donde cada palabra es un símbolo. Para hacer rimar el corazón del casco histórico con sus calles laberínticas y la magia velazqueña que tiene la arquitectura en la falda de la Alcazaba, mientras los recuerdos se hacen celosías y poemas. La casa de la Almedina huele a mar y belleza, a alba y a secreto, cuando suenan las campanadas de las onomatopeyas del pretérito y los versos berlanguianos se hacen presentes en la huella del tiempo borgeano y, tal vez, machadiano que tiene la universalidad de Almería. Con voz de rapsoda, Berlanga recita en el flashback del ayer cuanto inspira la historia. Y metrifica, como postales rembrandtianas, el parque de Nicolás Salmerón, el parque de San Luis, la calle de la Reina, la calle de la Almedina, la plaza Muñoz, la calle Almanzor, donde la Alcazaba es el hoy, el aún y el todavía. Las calles Chantre, Molino Cepero, José María de Acosta, Hospital, Quevedo y San Juan, Alborán, Narváez y Clarín, el callejón Colorín y las plazas de San Antón y del Cristo de la Buena Muerte bruñen como la pintura de Kurt Wenner. Su incesante espejo y su hermoso misterio son una nueva Ítaca en el poemario de Berlanga, tal y como le digo por teléfono a mi dilecta María José; una mujer, como Dorothy Dene, la musa de Frederic Leighton. Madrid, sin Larra, no es Madrid. Buenos Aires, sin Borges, no es Buenos Aires. París, sin Baudelaire, no es París. Granada, sin Lorca, no es Granada. Almería, sin Alfonso Berlanga, no es Almería. Porque se dirá para siempre que La casa de la Almedina es un prodigio de libro. El mar ha vuelto a su manuscrito original. La memoria de este Mediterráneo nunca se apaga. La historia universal se ha hecho poesía. La escritura sigue su larga recta, cuando declina el día. Alfonso Berlanga lo ha hecho posible. Con una pluma, que va más allá del tiempo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios