Tribuna

Manuel Peñalver

La literatura independentista

Son las seis en punto de la mañana de este sábado, que huele a otoño, a mar y a brisa en la lontananza de un nuevo amanecer, hecho poema machadiano en la hora en la que la libertad es rima y métrica. Se acerca el 1-O sin pausa y con la sintaxis indefinida; algo así como un párrafo donde las palabras se amontonan sin saber muy bien cuáles son su función, su estructura y su mensaje. Incierta jornada en la incertidumbre de un discurso independentista que suena por sus aliteraciones y paradojas en la misma orilla de la confusión. Si Cataluña es España y España, Cataluña, antes de esta aventura irracional, se tenían que haber marcado los objetivos de un diálogo infinito en las mismas esencias de su significado grecolatino. Pero ni Carles Puigdemont es Platón, ni Mariano Rajoy, León Hebreo, el representante del género en el Renacimiento, donde se observa el influjo del filósofo griego a través de Maimónides. Se ha perdido una ocasión histórica para que el lexema política florezca y renazca con su etimología coruscante y esplendente en la antología de la sabiduría hegeliana. Tal vez, el viaje de Madrid a Barcelona o de Barcelona a Madrid hubiera necesitado una cita literal en la hermenéutica del lenguaje. «Ser libre no es solo deshacerse de las cadenas de uno, sino vivir de una forma que respete y mejore la libertad de los demás», argumentaba Nelson Mandela en el silencio borgeano de los segundos que se hacen inacabables en la espuma de los días.

¿Qué pasará el uno de octubre? Todo se sabe antes de que suceda en la metafísica kantiana del tiempo, que vuelve desde sus propios recuerdos como una onomatopeya que quiere dejar de serla en su propio naufragio. Raúl del Pozo, con su pluma de prodigio umbraliano, ha escrito en los últimos días artículos que nos llevan a las verdades de Larra con esa prosa recia y entera que parte de Cervantes y Quevedo y llega hasta el periódico, como si este fuera superior a la literatura en los instantes en los que la ficción y la no ficción se hacen inseparables en el adiós de los siglos. La pluma del insigne Julio Camba nos evocaría, por otra parte, el artículo que nadie ha escrito todavía sobre cuestión tan complicada por sus analepsis, oxímoron, antítesis, ironía y metáforas. Cataluña y España, por encima de diferencias y señas de identidad, se necesitan para construir el futuro con una conjugación, donde el presente de indicativo acierte con un guion nuevo, que reconozca y una, antes que separe y enfrente. Al contrario, de lo que algunos prefieren, este capítulo va a terminar bien, a pesar de que, a partir de esta fecha, ya nada será igual que antes.

La literatura independentista es claramente imperfecta. Nunca pretendió parecerse a la escritura de Joyce, ni a la de Stendhal, ni a la de Proust, ni a la de Hemingway o a la de Steinbeck. Y menos aún al nuevo periodismo de Tom Wolfe o el gran Talese. O a la inspiración metódica del ilustre Marsé, el escritor, el hombre, el pensador. Solo a sí misma. Dani Rovira, el actor malagueño, ha dicho ante los micrófonos de Onda Cero que le da vergüenza ser español. Aparte de criticar la fiesta de los toros, ha pedido la vía del diálogo para solucionar el conflicto entre Cataluña y España. De un tiempo a esta parte, la descalificación de la tauromaquia surge como un fragmento que necesita ser transmitido en directo para ganar crédito ante determinados sectores. Pedir que se agoten las vías del diálogo es una cuestión de principios democráticos. Exigir la prohibición de los toros es cultivar el oportunismo y la demagogia, sin venir a cuento. «Más que la verdad, el demagogo dice lo que el público quiere oír», precisa Juan Ramón Ayllón. La recta final que conduce al 1-O reclama una buena y prudente conducción. El Gobierno lo sabe y, en consecuencia, tomará todas las medidas posibles para que no haya derrapes. Ya falta poco. Mientras, la reflexión no es algo gratuito, sino una necesidad que también exige silogismos. Pero considerando en frío que la literatura separatista no es tal, porque más bien parce una semántica escindida, atomizada y deshilachada. Una metáfora rota, antes de ser escrita. Y con un fragmento así estructurado el resultado no tiene horizonte. Cataluña y España no pueden separar sus destinos. La historia nunca lo perdonaría. Esa es la cuestión que pocos se atreven a discutir. El ultraje a las obras del universal Juan Marsé en una biblioteca de Cambrils y las acusaciones de traidor y renegado son todo lo contrario de un proceder democrático. Con actuaciones de este tipo el separatismo se define a sí mismo. Porque Marsé no es ningún «botifler».

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