Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad

El periódico

Pero acercarse al quiosco a comprar el periódico sigue siendo una fotografía ilustrada en el almanaque de los instantes

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Son las seis en punto de la mañana del primer sábado de dos mil dieciocho. Las luces de la madrugada se hacen visibles en la cercanía del recuerdo. El amanecer se aproxima entre heptasílabos y endecasílabos del Renacimiento como un poema que ilumina la memoria, que parte de Petrarca hasta llegar a Garcilaso y, acaso también, a la poesía ascética y mística del gran Siglo de Oro. Pronto llegarán los periódicos a los quioscos como la fotografía perfecta de lo que fue y, tristemente, está dejando de ser. Me refiero al hecho de que, de un tiempo a esta parte, no se ven tantas personas reunidas en torno al lugar donde se vende el periódico guardando turno para comprarlo. La situación ha cambiado, a pesar de que, en todo momento, podremos recordar aquellas afirmaciones de Arthur Miller: «Un buen periódico es una nación hablándose a sí misma» y aquellas otras del tantas veces recordado Paco Umbral, don Francisco, tan Quevedo como el mismo Quevedo, igualmente, don Francisco: «El periodismo mantiene a los ciudadanos, avisados (…) y al Gobierno inquieto». El periodismo es, desde Larra hasta nuestros días, la mejor apuesta por la libertad y la esperanza. Aunque siempre perdurará aquello que caligrafió Mariano José de Larra en la permanente métrica que tienen los días en las horas que tanto se asemejan a los segundos, cuando la sintaxis es otra distinta: «Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta». Larra, el ilustre Maestro de todos nosotros, nunca dijo escribir en España es llorar, sino en Madrid, aun cuando en la metáfora del pensamiento se estaba refiriendo, obviamente, a España. Escribir en un periódico como Larra es un ejercicio de estilo que se muestra imposible. Muchos lo han intentado y nadie lo ha conseguido. Tal vez Camba, don Julio, González-Ruano, don César y Umbral, don Francisco se le han aproximado. Pero nunca llegaron a su altura, ni el fondo, ni en la forma. Larra hay nada más que uno y su suicidio es el suicidio de quien nunca quiso la mediocridad ni en el periódico, ni en la vida misma. El universal Fígaro se adelantó a Ben Bradlee, el ex director de The Washington Post, que caligrafió aquello tan sumamente proverbial: «El fundamento del periodismo es buscar la verdad y contarla». Larra y su tiempo, mas, de la misma manera, Larra en el siglo XXI, porque su pluma y su obra serán siempre modernas y vanguardistas viendo las orillas del mundo y de la misma España con Madame Bovary y Ana Karenina bajo el brazo en la cima de la escritura; allí, donde florece el idioma y las horas se hacen infinitas leyendo a la vida, un día sin retorno, en la antología que se descubre en el sendero lírico de la expresión, releyendo el periódico en las esquinas de las madrugadas, con una copa de burbon en la mano. Lamentablemente, hoy, el periódico, en su versión impresa no se compra con la misma pasión de antes. Esto es así, puesto que las ediciones digitales de los periódicos nacionales, regionales y provinciales son cada vez más potentes y completas, con el modelo de The Washington Post y New York Times como referencia directa.

Pero acercarse al quiosco a comprar el periódico sigue siendo una fotografía ilustrada en el almanaque de los instantes que permanecen como páginas simbólicas en la rima de la noticia, tras una larga noche de lluvia; retrato de lo intenso en su prodigiosa evocación. Para hacer un homenaje diario a Larra y Camba, Ruano y Umbral, haciendo presente lo que decía Max Aub: «Escribir es una larga paciencia; se necesita un largo aprendizaje; hay que hacer arpegios de palabras como se hacen escalas; y, luego, a cada verbo, a cada voz, a cada adjetivo, hay que señalarlos con el pulgar, darles forma nueva, vencerlos, con brillos encontrados con personal esfuerzo; esa pátina de moneda, gastada por el uso». El periódico en su historia, siempre con Larra como dilecto Maestro en la originalidad perfecta del significante. En el texto, que se baña en un piélago de luz hermosa y viva en el diálogo con la actualidad, que analizamos hablando a nosotros mismos. El periódico, como medio cultural, con ese olor inconfundible a inmediatez y verdad. A la hora, prolongada e infinita del alba; inextinguible, que se adentra en todo lo que ha venido y viene sucediendo. Rememorando lo que caligrafiaba César González-Ruano: «El estilo es una cuestión de insistencia» y lo que François Bacon inmortalizó: «Veja manadera para arder; viejo vino para beber; viejos amigos en quienes confiar; y viejos autores para leer». Ahora, cuando ya son las ocho en punto de la mañana, me dirijo al quiosco más cercano para comprar el periódico. Este, en el que escribo.

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