elreportaje

Temperatura, clima y accidentes electro-atmosféricos y terrestres

Rodríguez Carreño, Manuel: Topografía Médica y Estadística de la villa de Dalías. Almería, 1859.

(Transcripción: Pedro Ponce Molina)

LA situación geográfica de la comarca de Dalías permite que su temperatura sea variable según el punto donde se la aprecie. En la sierra, a pesar de su notable elevación sobre el mar, los vapores acuosos que se levantan de éste y que van a condensarse en su cumbre en forma de amontonadas nieblas, hacen la temperatura fría y húmeda a lo cual contribuye la permanencia de las nieves en ella por espacio de cuatro o cinco meses. Lo contrario sucede en la parte baja o sea la campiña en la cual domina el temple cálido de los terrenos secos y arenosos, pues aquí el mar no tiende sobre ella su vaporoso manto sino que lo empuja hasta la montaña salvando la llanura, la cual a su vez carece de ríos y arboledas que pudieran humedecerla. Entre estos dos extremos higrobarométricos se encuentra pues la población, participando del uno y del otro, pero con la ventaja de tener dentro de su recinto aguas corrientes y paradas y una vegetación perenne y abundosa. Los vientos dominantes, el E. cálido y seco, el N. frío y húmedo o seco y el O. siempre fresco que recorren el país alternativamente, imprimen por otra parte cualidades particulares a la temperatura según su procedencia y la dirección y fuerza que les hacen tomar los desiguales continentes que rodean la comarca y los sitios por donde pasan, resultando de tales condiciones atmósfero-terrestre tan encontradas, una lucha incesante entre los diversos elementos que las constituyen cuya consecuencia es el predominio del temple medio 22º R. máximum y 8º el mínimum.

El clima por lo mismo, mejor diríase la sucesión de climas, es en conjunto benigno y apacible, sin que el saludo de las estaciones produzca los notables cambios que en otros países, pues el invierno es corto y rara vez frío, y el verano aunque largo y seco lo suavizan los aires del O, que siempre se dejan sentir en las horas solares más molestas. De ahí es que puede decirse se goza de una primavera contínua sin que el helado hálito de los días hiemales ni el bochornoso ambiente del estío impriman nunca su exagerada influencia. Por eso la vida se desenvuelve aquí de un modo vigoroso y expedito, la creación hace alarde de un lujo inagotable de especies, y la naturaleza toda sonríe blandamente al arrullo de deliciosas auras y entre el perfume de vergeles eternos.

Pero todo está compensado en el universo. Sí, el habitante de Dalías debe estar orgulloso al ver en su recinto esa prodigiosa variedad de objetos que hacen su existencia alegre y seductora; si al levantarse en una mañana de Abril contempla esa multitud de plantas que recrean su vista, le dan grato alimento y curan sus enfermedades, y escucha el armonioso coro de tantas avecillas que saludan al día, o ya fija sus ojos en las limpias hondas de un mar bonancible que le ofrece mil clases de exquisitos pescados; si todo este conjunto pintoresco y magnífico, ensancha su alma de gozo y enaltece su espíritu, no se debe creer tan feliz y seguro en esta encantadora mansión, porque la naturaleza en sus misteriosas obras y combinaciones necesita muchas veces para proporcionarle tantos goces, poner en juego sus imponentes fuerzas ante cuya pujante acción y desenlace el hombre es una caña frágil que, tal vez, tronchará el huracán o quedará hundida entre las ruinas de su querido panorama.

La tempestad, el terremoto, las inundaciones y otros fenómenos violentos y desastrosos de nuestro planeta, han sido siempre frecuentes en los países que, como Dalías, se hallan situadas al pié de montañas metálicas y a las inmediaciones del océano. En la zona de este pueblo además de las constantes nieblas que se elevan del mar y coronan la sierra, dándola el aspecto de un coloso cubierto de blanco penacho que parece querer tragarse la población, y además también de las granizadas, de las lluvias y de las fuertes corrientes de viento que han tendido en el suelo los edificios y los árboles, han tenido efecto en épocas malhadadas esos terribles acontecimientos que hacen temblar al hombre y los animales y trastornan la faz del globo.

En las edades pasadas, año de 365 de nuestra era, se hace mención de un violento terremoto en la costa de Adra y Dalías, en el que las aguas del mar, despedidas a larga distancia por la conmoción que experimentaran, dejaron secas las playas manifestándose la profundidad de los abismos por algunas horas, hasta que volviendo a retroceder las olas traspasaron sus límites naturales e inundaron los pueblos del litoral, pereciendo multitud de familias y arruinándose un número considerable de edificios.

En los siglos posteriores también se han repetido estos aterradores estremecimientos; pero ninguno de ellos infirió tantos daños a esta villa como los que sufrió a fines del XVIII y principios del XIX y, sobre todo en Agosto de 1804, en que las dos iglesias y la mayor parte de los edificios fueron destruidos o maltratados, pereciendo 162 personas y resultando un número crecido de contusos y heridos. El vecindario consternado había abandonado las casas y huido al campo o refugiándose en barracas, en cuyos sitios, con la rodilla hincada y lleno de recogimiento y pavor, permaneció muchos días implorando la clemencia del Dios de las Misericordias. La sierra mientras tanto, cual un fuerte formidable que dispara sus tremendas baterías, lanzaba a lejanos parajes enormes masas de piedra que cayendo sobre el pueblo lo reducían a escombros, y la tierra se abría en anchas brechas amenazando absorber los despojos de este desastroso drama.

Uno de estos días de siniestro recuerdo para el país, Dª Ana Maldonado amamantaba a su hija Dª Dolores Góngora, y fue muerta en el acto con las demás hermanas de ésta en el hundimiento de su casa, salvándose sólo aquella que hallaron después entre los brazos de su madre, la cual en el momento de la catástrofe hubo de inclinar la cabeza y formar con su cuerpo un ángulo que la sirvió de égida. Dicha niña la llamaron la Milagrosa por este suceso, y es hoy esposa del rico labrador D. Eugenio Peralta y madre de una familia tan numerosa como apreciable.

Algo acallados los terremotos, otra escena no menos imponente y singular tuvo efecto en la cumbre y cercanías de la sierra, debida a la acumulación y desarrollo en ellas de una cantidad desproporcionada de electricidad atmosférica. Tras una tarde de sofocante y pesada temperatura, la montaña se convirtió en un vasto fanal alumbrado por la viva luz de los relámpagos que sin interrupción vomitaban las nubes. Esta noche de espanto y sobresalto, fue llamada por los naturales la noche del fuego y la precursora de tenaces y nutridas lluvias las cuales inundaron los campos y destruyeron los sembrados.

Y por último en el año de 1843, otra tormenta desató las aguas sobre la altura y penetraron en el pueblo, conduciendo multitud de peñascos de grueso volumen, que originaron bastantes perjuicios en el caserío y en las vegas, en cuya arriada tuvo efecto otro suceso que admiró a todos, y fue la inmunidad de un vecino que arrastrado por las corrientes más de un cuarto de legua por mil derrumbaderos, no experimentó lesión alguna.»

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