OPINIÓN. ESPIRALES

Fútbol es (no sólo) fútbol (I)

Proust evocaba las magdalenas de su infancia como garfios indoloros que le sujetaran a aquellos días de esplendor. Uno, ciertamente menos exquisito, si tiene algo que le transporte a la felicidad de un tiempo ya perdido, no puede sino recordar el aroma mentolado del linimento Sloan –después sería el Reflex– frotado en los gemelos y el ruido de los tacos de aluminio repiqueteando sobre las baldosas de los vestuarios. Qué le vamos hacer: el fútbol lo ha sido casi todo en la vida de algunos. Fue en aquellos años cuando Vujadin Boskov acuñó la respuesta genial de “fútbol es fútbol”. Pero, con toda seguridad, cuando el balcánico dijo aquello, esa tautología elevada a arte, ese axioma inigualable que reflejaba una mentalidad casi soviética, directa, también quería significar que el fútbol, siendo sólo fútbol, es mucho más que únicamente fútbol.

No vamos a volver a citar a Desmond Morris, a su libro The Soccer Tribe, ni a dar la matraca con aquello de que el fútbol no es sino el trasunto inocuo de las guerras tribales. Es tan evidente que cualquier insistencia en comparar rituales, banderas, colores, estrategias, mariscales y demás, pecaría de poco original. Pero, el partido del Sevilla contra el equipo turco, que vi, lo confieso, con más interés que cualquier debate, sí demostró una vez más que “fútbol es fútbol” y, precisamente por eso, mucho más. Permítanme algunas divagaciones.

Escribo estas líneas cuando hace apenas unas horas que el árbitro suizo ha pitado el final del partido Sevilla-Fenerbahçe. Y quien haya pensado que se trataba sólo de un acontecimiento deportivo probablemente crea también que “Alicia en el País de las Maravillas” no es más que un cuento para niños.

El martes paseé por el centro de Sevilla y observé cómo, en los alrededores de la catedral, aficionados turcos vestidos con la camiseta amarilla de su equipo trasegaban cerveza, vestían vaqueros, calzaban zapatillas de deporte y flirteaban. Como harían otros jóvenes europeos. Nunca he estado en Turquía, pero esa caminata hizo más por acercarme a una Turquía laica y moderna que cualquier libro o discurso político. Aquel grupo bien se podía parecer a los italianos o españoles de una generación atrás, y se me antojaba realmente distante del cliché que del mahometano todavía está instalado en nuestro imaginario colectivo. Y lo curioso es que el Fenerbahçe, el equipo del Nobel de Literatura Orhan Pamuk -autor de Estambul. Ciudad y recuerdos, libro en el que refiere pasajes dedicados a remembranzas infantiles y futboleras- y también de Atatürk, que representa a la Turquía más secular, tiene su sede en el lado asiático de Estambul.

Jugaban equipos que representaban a dos continentes y a dos culturas. Y, probablemente fuera pura casualidad, lo cierto es que los jugadores del Sevilla lucieron su elástica habitual de color blanco, con una enorme cruz bermeja adornando todo el pecho, como caballeros templarios de una religión virtual. Al Inter de Milán, hace unas semanas, por llevar una camiseta idéntica, le ha caído una demanda ante la UEFA interpuesta por un abogado turco que lo ha considerado una provocación. Por su parte, el Fenerbahce, sobre los colores amarillos, tenía cosida, en el lado del corazón del jugador, una media luna de tamaño considerable. Puro simbolismo, se puede argumentar.

Pero lo más curioso, y refleja el mundo en el que vivimos, es que los delanteros africanos del Sevilla, el equipo de la cruz encarnada, celebraron sus goles inclinados sobre el césped, dando gracias a Alá. Mientras, el delantero serbio Kezman y sus compañeros brasileños del equipo turco se santiguaron repetidamente cuando ganaron la eliminatoria a los penaltis. Kezman se ha declarado con frecuencia como profundamente cristiano y se plantea el ingreso en un monasterio; Kanouté se comporta como un musulmán devoto y ayuda en todo lo que puede a su comunidad. “Fútbol es fútbol”, ¿o no?

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