A ciencia abierta

La divina imperfección

Creo que todas las religiones consideran perfectos a su Dios y su obra. No sé; lo que la ciencia sostiene es que estamos aquí y somos como somos gracias a ciertas imperfecciones leves. Vamos por la primera.

Cuando se generó el universo (o lo creó Dios, que también así se denomina al magno acontecimiento), se produjeron tres cosas: radiación, espacio y tiempo. El espacio se fue ensanchando portentosamente y el tiempo empezó a transcurrir hasta hoy: han pasado 13.700 millones de años. Esto está clarísimo, pero lo que pasó con la radiación, el producto del “¡Hágase la luz!” si así lo prefiere el lector, es mucho más interesante y complejo. Fue cuajando en materia en forma de partículas, pero este proceso siempre va acompañado de la creación de antipartículas. Las partículas y las antipartículas se aniquilan entre sí en cuanto se ponen en contacto y se transforman de nuevo en radiación.

Un objeto cualquiera, por ejemplo este periódico o el propio lector, serían absolutamente indistinguibles de otros hechos de antimateria. Así pues, nuestro universo bien podría estar formado por la mitad de galaxias de materia y la mitad de antimateria. Eso sí, sin contacto alguno entre ellas porque se desintegrarían espectacularmente. Pero resulta que no, que los telescopios de todo tipo muestran algo que, además, corroboran las leyes de la física y los resultados experimentales en los aceleradores de partículas: nuestro universo es de materia, tiene muy poca antimateria y la radiación aún está en la proporción de mil millones a uno respecto a la materia.

Conclusión: tras el Big Bang, una ligera imperfección del proceso permitió que de mil millones de aniquilaciones entre partículas y antipartículas, sobreviviera una de aquéllas y ninguna de éstas. Y por eso tenemos un espléndido universo hecho de luz, acogedora materia oscura y preciosas galaxias, y no una triste zona de radiación cada vez más invisible y fría.

Vamos por la segunda y aún más sublime imperfección. En un planeta de una estrellita de los doscientos mil millones de estrellas de una de estas innumerables galaxias llamada Vía Láctea, surgieron unas bolitas curiosas. Tras infinidad de intentos fallidos, ciertas moléculas bastante complejas se habían logrado recubrir de una membrana que no era ni tan tersa como para haberlas enquistado, ni muy porosa que las habría dejado desparramarse en el medio. A través de esa membrana se intercambiaba materia y energía de manera que en un momento dado a esas bolitas les ocurrió algo mágico: se dividían en dos. El proceso se multiplicó vertiginosamente. Pero, ¿por qué el planeta tiene una vida tan rica y diversa y no está recubierto de un musgo uniforme? Porque la réplica de aquellas bolitas primigenias nunca fue perfecta.

No sólo la biodiversidad sino el hecho de que exista algo tan vital como la muerte, se debe a esa imperfección en la reproducción. Así pues, demos gracias a que la generación del mundo y la vida, fuera cual fuera la causa, incluida la divina, se llevó a cabo de manera sutilmente imperfecta.

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