CRISIS PESQUERA

La flota sigue a oscuras

  • Los pescadores de Barbate lamentan la ineficacia del acuerdo “político” con Marruecos un año después del regreso al caladero. La restricción del uso de luz a una hora diaria limita la rentabilidad de la faena. El naufragio del ‘Nuevo Pepita Aurora’ volvió a hundir a un sector empeñado en su superviviencia

El barbateño Rafael Oliva se convierte a las siete de la tarde, pleno ocaso en el puerto de Cádiz, en el cerebro de la traíña Benamahoma. Ha instalado sus 50 años de vida y 33 de experiencia en la mar en el puente de mando. “Soy una parte más del barco, ahí me ves”, se observa, y destapa metódicamente los artilugios de navegación del pesquero justo antes de que el martilleo grave del motor y tres comunicaciones simultáneas por radio con el resto de la flota pongan sintonía a otra noche de faena en el Golfo de Cádiz. Varios pescadores, a la vez meteorólogos, coinciden en las ondas: Hay viento de noroeste y el tiempo “da malo” en adelante. Malo. No va a merecer la pena adentrarse en el caladero para buscar boquerones y todos irán a por sardinas este miércoles de marzo. “Y con las sardinas –se resigna el patrón– nos llega el hambre al pelo”.

El Golfo mantiene ocupados, aun con sus penurias, a los 20 barcos y 400 pescadores que sobreviven a la extinción en Barbate. Está a punto de cumplirse el primer año del regreso de la flota al caladero de Marruecos y la gran esperanza del sector desde 1999 tiene ahora el tufo del mal pescado. “Teóricamente podemos volver allí el día 1, después de la parada técnica, si no se retrasan las licencias, pero en Marruecos nosotros no tenemos rentabilidad con las condiciones que se han planteado. Lo que se firmó fue un convenio político para políticos, no un convenio para la gente que tiene que pescar”, sentencia Rafael. “El que está detrás de la mesa, en una oficina o en un despacho, no sabe nada de la película”. Es el sentir de patrones y marineros.

Para los pescadores españoles es complicado adaptarse a los límites geográficos de faena en Marruecos, marcados por el acuerdo en la parte atlántica del país, entre el cabo Espartel, al oeste de Tanger, y Assilah. Siempre, sin acercarse a menos de dos millas de la costa. Ni para resguardarse. Cinco cerqueros barbateños bordearon este límite de tres kilómetros y unos cientos de metros en julio del año pasado y el Gobierno marroquí les multó por incumplir el protocolo pesquero. Sus patrones insistieron en que habían permanecido 21 horas fondeados por el mal tiempo y en espacio permitido. “Lo demuestra esta máquina”, explica el patrón del Benamahoma señalando un localizador por satélite instalado en el puente. “¿Qué clase de pesca pudieron coger estos barcos estando parados un día entero, un día sin moverse?”, se irrita. En el exterior, las luces de las ciudades de la Bahía de Cádiz, de la capital, El Puerto de Santa María o Rota, ya se atisban en el horizonte con menos intensidad que el plenilunio y las estrellas.

El empleo de luz es fundamental en la pesca y también es el primer obstáculo para faenar en Marruecos un año después de la firma de Rabat. El uso de lámparas para atraer a los boquerones a la red de 500 metros impuesta a los cerqueros está restringido a una sola hora, “como las radios de a peseta” – ironiza Rafael–; entre las once y las doce de la noche; se esté o no en el lugar oportuno. Sin luz no hay capturas, o hay que desplazarse más para conseguirlas, y más kilómetros de distancia equivalen a más tiempo de trabajo y a más consumo de gasoil en plena escalada del crudo.

Una traíña quema una media de 120 litros a la hora, 40 con el motor a ralentí. Es un gasto fijo, diario, se pesque o no: 600 euros por jornada si los barcos, como hoy, no van lejos, y hasta 1.200 si hay que desplazarse 60 millas hasta el caladero de Marruecos. Las ventas en la lonja no superan muchas veces estos gastos, al margen de los 6.000 euros de permiso por trimestre. El cóctel de baja rentabilidad provocó que varios pares de barcos renunciaran a su licencia el año pasado para volver a trabajar en al sur de la Península.

“Joseliiiiiiiillo, que va a arreciar a partir de las doce. ¡Qué va a arreciaaaar! ¿Dónde están las sardinas, pare?”, pregunta Rafael por radio. “Yo no tengo ni idea, en Mercamadrid estarán…”, le responde el patrón del Nuevo Joaquín Cid: “Esto son todo irritaciones, todo para nada. Qué venga la ministra y me diga que somos unos privilegiados, me tengo que cagar en tó”. La locución radiofónica de José se refiere a las declaraciones de la ministra de Agricultura y Pesca, Elena Espinosa, que describió a los barcos españoles que pescan en el reino Alauí como unos “privilegiados” porque se les permite el uso de luces –prohibido para los marroquíes– y porque no tendrán que descargar el género en puertos de allí, como determina el convenio, hasta que estas instalaciones no cuenten con el equipamiento apropiado.

La proclama de Espinosa, de hace una semana, ha escocido a los marineros barbateños, que todavía la repescan en las charlas de la cubierta del Benamahoma. “¿Privilegiados? Muchos de ellos pescan con luces, siguen utilizando redes a la deriva y nos ponen sus barcos a cinco metros, ahí mismo se nos pegan… Mira yo me enteré del acuerdo por la tele y le dije a mi mujer: eso no vale pa ná, ni siquiera podemos ir detrás del pescado en invierno, cuando se va más al sur de Kenitra”, recuerda Francisco Infante, de 50 años de edad y 36 de experiencia en el pasaporte de la mar.

La primera impresión del mecánico se ha revelado certera, pero aún ha habido este año más grave motivo que las deficiencias del acuerdo para la desdicha de los pescadores barbateños. La traíña Nuevo Pepita Aurora, una de las veinte con licencia para faenar en Marruecos, naufragó el 5 de septiembre a 8 millas de Barbate cuando regresaba del caladero. El patrón del Benamahoma fue el primero en avistar el casco del Pepita poco después de que una andana de olas lo dejara bocabajo, con la quilla al sol.

Rafael recuerda que maniobró rápido. Pudieron rescatar a ocho marineros sacándolos del agua con sus manos, pero la mar tuvo tiempo para llevarse a ocho hombres y grabar una de las mayores tragedias en la historia de Barbate. Más de 5.000 vecinos salieron a la calle días después del suceso para protestar por las agónicas tareas de rescate del buque. Ha pasado medio año y la conmoción apenas se ha aliviado en el pueblo y sus pescadores. “Eso es pa nosotros pa siempre ya”, murmura Francisco.

Pasan las nueve de la noche y los pesqueros se tensionan en el Golfo de Cádiz. Algunos barcos ya han lanzado las artes, están calados, y marcan su posición con las luces rojas de barco sin gobierno. Las gaviotas se arremolinan a su alrededor para cenar. El sónar del Benamahoma también señala con numerosos puntitos concentrados la abundancia de peces bajo el buque y el patrón manda a voces que salgan los luceros. Dos marineros, Luis y Manuel, se descuelgan por la popa hasta una barquita equipada con grandes focos, el bote de la luz, que queda a merced del oleaje como si fuera de papel.

Los luceros son los encargados de engañar al pescado para que se agrupe. El resto de la plantilla, otra decena de hombres enfundados en brillantes trajes de agua naranjas o amarillos, suelta las artes y prepara el cerco. Las grúas se encargan de cerrar la red minutos después y veinte manos arriman la captura hasta la embarcación. “¡Mira qué maravilla! ¿No pagaría un turista por ver esto?”, se emociona el patrón. “Las sardinas van al final. Hay bastantes. Viene bien, viene bien”.

Pero no viene bien. Apenas hay una sardina por cada 30 caballas, y esta especie carece de valor en la lonja. “Caballa, no vayas”, rima un marinero a babor. Los miles de pescados vuelven peces al mar. “Si llega a salir bien llenamos ciento y pico cajas y adiós… Ahí van, todos vivos. Hasta ecologistas somos: lo que no vale, se devuelve”, se resigna Rafael. Una hora de trabajo tirada. A seguir buscando.

El golfo está agitado y el agua, turbia. Un frío húmedo lo cala todo y los marineros vuelven a reunirse en el comedor de tres metros cuadrados a esperar a que la suerte se balancee, intacto el ánimo y animado el compadreo, entre cafés con leche condensada y bocadillos de tortilla. Recuerdan los tiempos en los que la pesca daba de comer a Barbate, en los años 50, cuando la flota estaba formada por 120 barcos, o en la década de los 80, cuando más de 60 cerqueros se repartían el cantil del puerto y la pesca era un buen negocio. Aquéllos fueron los tiempos del caladero marroquí.

José Cana, que cumple 46 años y lleva en la mar desde que se sacó “el folio”, explica que, pese a las penurias del último año, todos quieren volver a Marruecos, el “único sitio donde se gana dinero”. “Cádiz de billete es muy pobre. Allí te vienen meses buenos y ganas un millón de pesetas. Aquí siempre hay viento… mala vida quillo... En Marruecos el mar está siempre como un plato... Estamos en cueros debajo de las artes, y además descansamos más en los trayectos, de seis o siete horas”, comenta el marinero mientras fuma y se ajusta la gorra azul de Talleres Pacheco y Cía. Un compañero que se mueve en cubierta bromea: “Los boquerones de allí saben hasta leer y escribir”.

El reparto de beneficios a bordo es sencillo: de los ingresos se descuentan los gastos comunes, como el combustible, la comida o la nieve. Del resultado, una mitad es para el armador y la otra se divide en 16 ó 18 partes para la tripulación y el apoyo en tierra. La complicación la pone la base de las cuentas, los ingresos, que dependen de lo que uno capture, y de lo que capturen los demás.

La caja homologada de sardina (unos nueve kilos) puede oscilar entre 10 y 12 euros de media; la de boquerones, en torno a los 20. Pero todo depende del género que haya en la lonja. Si todo el mundo ha triunfado y las cajas se cuentan por centenares, las sardinas pueden caer hasta los 3 euros. En un día boquerón, esta especie puede irse a los 50. “Todo es una incógnita. Y para el patrón, un examen diario. Somos responsables del sustento de muchas familias”, expone Rafael.

Los dividendos son semanales. La pasada fue buena de boquerones y los tripulantes del Benamahoma se llevaron a casa unos 500 euros por cabeza. La última de marzo está siendo una ruina y se conformarán si superan los 120.

Este martes las ganancias de la traíña van a ser de cero euros. El tiempo empeora y el barco pone rumbo a Cádiz a medianoche para resguardarse. La intención del patrón es volver a salir a las cinco de la mañana, pero no habrá más lances esta madrugada. Demasiado viento. Lo adelantó windgurú, la página web en la que algunos patrones consultan el tiempo.

Rafael, al que esperan mujer y dos hijos en Barbate, es pesimista sobre el futuro de un oficio “condenado a desaparecer”, mientras se reduce el precio del pescado en lonja, aumenta la competencia del género de otros países –más barato y de peor calidad– y desaparece el relevo generacional en las taquillas. El marinero más joven a bordo es Luis Cantillo y acaba de cumplir 36. El patrón del viejo Trafalgar, José Varo, el Bembe, de 58 años, se pregunta “qué marinero en Barbate tiene un coche y un piso”, que “a ver quién tiene cojones para casarse así, con lo difícil que están las cosas para las traíñas”.

La mayor parte de la tripulación del Benamahoma aprovecha la travesía de regreso a Cádiz para echarse un rato en las literas de la cubierta inferior, “un lujo”, presumen, porque el barco está entre los más cómodos y equipados de la flota. Ya hace tres años que el Benamahoma sustituyó al Concha Piqué. Rafael, patrón de ambos, conserva el cariño hacia el viejo pesquero ahora lastrado en el fondo del mar. “El pesquero que vive”, casi otro miembro de la tripulación. Toma la fotografía del barco que hay en el puente y recita la frase con la que todos homenajearon su servicio: “No estés triste y no te sientas solo, tú eres parte de la vida”.

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