Bajo Palio

Iconografía del Paso de Misterio de la Santa Cena

NO hay que apartarse de la única razón de ser de la Semana de Pasión: la cruz está en el centro de la piedad popular de la Semana Santa, protagonista de las distintas escenas que componen el relato secuencial de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, vertida en la plástica de la imaginería y dramaturgia procesional. Y el Misterio de la Santa Cena almeriense que realiza estación de Penitencia el Domingo de Ramos escenifica la institución de la Eucaristía en la última cena de Jesús: la transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor, que es acompañado de cerca por su dolorosa madre, María Santísima de Fe y Caridad.

En todo su esplendor, el Misterio de la Santa Cena representa el momento en que tras el lavatorio, Jesús, reunido con el apostolado en el cenáculo, anuncia la traición. Con gran alboroto, un grupo compuesto por San Pedro, San Juan, San Simón, San Andrés, San Felipe, Santiago el menor y San Bartolomé, se miran con estupor entre ellos preguntándose quién será el indigno. Mientras que San Mateo, Santo Tomás, San Judas Tadeo y Santiago el Mayor se sorprenden por la repentina huida de Judas Iscariote, el delator, tras escuchar "haz lo que tengas que hacer".

La imaginería hiperealista recrea las bellas tallas policromadas de Jesús y sus Discípulos esculpidas por las inigualables manos del mejor imaginero, Navarro Arteaga, que como nadie supo plasmar en 1999 un momento tan importante para el Cristianismo. El Paso profesional del Misterio es de estilo neobarroco sevillano, de madera de Brasil. Si la carpintería salió de Bailac González en 1995, la talla de la madera es de San Román Flor (1995-98) y el barnizado, de Antonio Lázaro. Y las 12 cartelas que lucen en el canasto representan la pasión del Redentor (oración en el huerto, prendimiento, azotes, sentencia, tercera caída, encuentro de Jesús con las mujeres, crucifixión, piedad, sagrada mortaja…) también gubiadas por Navarro Arteaga.

Las descripciones evangélicas sobre la pasión de Cristo dotan a San Pedro del papel protagonista que a su destino corresponde, pues Jesús le confirmó en el pontificado de la Iglesia junto al lago de Genezareth, con este compromiso: "apacienta a mis ovejas". En la preparación de la Cena Pascual y Lavatorio de pies, acaba de ocurrir un desencuentro entre la humildad del Maestro y la sencillez de su fiel Discípulo. Parecen aún resonar sus palabras: "Señor, ¿tú me lavas los pies?". Y le contestó Jesús: -"no entiendes tú ahora lo que yo hago, ya lo entenderás más adelante". Mas Pedro responde rotundo: -"no me lavarás jamás los pies". - "Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo", lo que le llevará a claudicar: "Señor, lávame no solo los pies, sino las manos y la cabeza".

Lo que distingue a San Juan del resto de seguidores de Jesús es haberlo amado más que ninguno y ser objeto de especial predilección, manifestada al permitirle reposar la cabeza sobre su sagrado pecho. Todo este sentimiento religioso que impregna el conjunto escultórico que discurre por las vetustas callejuelas del casco histórico de Almería, ha sido plasmado como nunca en la fotografía disparada por Salas Pineda y que ocupa el cartel oficial de este año 2013. Contemplamos figuras recortadas sobre un fondo oscuro, casi negro. Una leve iluminación amarillenta de cirio parpadeante, le da a la composición un aire tenebrista, que inspira al fotógrafo en el estilo de la mejor pintura religiosa barroca de Caravaggio y Zurbarán, a la vez que resalta volúmenes y formas. El plano frontal ha sido buscado de propósito para componer un triángulo cerrado, que se observa de izquierda a derecha, con un ritmo musical, interrelacionando a los actores: San Pedro, de pie, eleva su mano hacia la mirada del Señor, en la que converge también la mirada de San Juan. Jesús, resaltado con sus tres potencias, ocupa el eje central de este cuadro con cierta asimetría hacia la derecha, con San Juan en genuflexión, situado en un plano algo más bajo, en actitud reverencial. Los tres visten túnica, blusa, manto y cíngulo y la tela damasquinada plateada resalta sobre los austeros paños.

La escena cristocéntrica, realza en el cartel al auténtico protagonista, un Cristo erguido que deja caer el peso ligeramente sobre la pierna izquierda, en actitud abierta y dialogante pero cabizbajo, atormentado por los acontecimientos que están ya próximos, donde ha de beber del cáliz de la amargura. La esmerada talla de la cabellera y barba y su lograda anatomía le dan un aire arrogante, que suaviza aproximando su mano izquierda al pecho, que ofrece el cáliz de la nueva alianza a los fieles y extendiendo la derecha en señal de perdón. No hay crispación alguna en su rostro, tan solo serenidad y generosidad.

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