Bajo Palio

Transición cofrade

CUANDO han transcurrido algo más de 30 años de religiosidad popular en la capital almeriense, desde que a finales de la década de los años setenta, un grupo de jóvenes, hombres y mujeres, tomaron la iniciativa para la recuperación del catolicismo popular en las calles de Almería durante la Semana Santa, han sido muchos los acontecimientos y hechos que han supuesto poner en valor añadido el hecho religioso en el campo del entorno cívico - social con clara referencia a la cultura y al turismo.

Una Semana Santa, que nos encontramos, en blanco y negro, o negro sobre blanco, procedente de los últimos vestigios del nacional-catolicismo, con poco fervor y devoción a pie de calle, con un sentido de extrema sobriedad y austeridad en sus formas, y por qué no decirlo, en el fondo. En el aire todavía se respiraba una trémula sensación a post-concilio mal aplicado.

Tronos en vez de pasos, guiados mediante ruedas, velámenes en vez de candelerías con iluminación eléctrica, pocos integrantes en los cortejos procesionales y en los cultos, mínima presencia e implicación de la curia y de las autoridades civiles, carrera oficial en torno al Paseo sin elementos de ornato y equipamientos, ni pregones, ni presentación de carteles, ni conciertos de música procesional, ni cofradías en los barrios periféricos, y solo nos veíamos dos semanas antes del montaje de los tronos, con las dificultades que entrañaba estas actitudes tan distantes y pasivas por parte de quienes eran los herederos de tan secular tradición, y que salvo, en líneas generales, y con alguna excepción, como fue la Cofradía de los Estudiantes, que permaneció fiel a la tradición a pesar de las tribulaciones propiciadas por la transición democrática, se produjo en cambio radical en los planteamientos con la llegada de personas que nada tenían que ver con la acción católica de la etapa franquista.

El objetivo, dejando aparte cualquier tipo de connotaciones políticas y sociales, fue recuperar la esencia cofrade de toda una ciudad, y por otro lado, incorporarnos, por sentimientos y pasiones al concierto cofrade andaluz, tal y como en el resto de cabeceras de diócesis de Andalucía. Nuestra mirada en el aspecto extra-litúrgico fue el barroquismo de Sevilla, con ligeras incursiones al levante de Salcillo, cómo fue la re-fundada Cofradía del Encuentro. Y es que, Sevilla, y también Málaga, en menor medida, su Semana Santa, sus Cofradías y Hermandades, sus personajes capillitas, nos nutrieron y nos alimentaron el sano espíritu de mayor profundidad de la fe a través de la piedad popular.

Son muchos y muchas las personas que se acercaron a las Cofradías penitenciales, en el momento que la ciudadanía detectó que nuestro interés, por encima de otras cuestiones de índole externo, era fomentar y potenciar la Semana Santa, porque muchos cofrades empezaron a vivir la fe, día a día, durante todo el año, a través de las Cofradías, y que durante mucho tiempo, fue el único cordón umbilical de acercamiento a la Iglesia Católica, a pesar de muchas incomprensiones de grupos o movimientos de aquel momento, incluso de dentro de la propia Institución eclesial, que nos veían como folclóricos, y otros, nos tachaban de posicionamientos ultra-católicos ortodoxos, más cercanos al Concilio de Trento.

Llegaron a decirnos, que nosotros representábamos el Antiguo Testamento, mientras que estas otras instancias progresistas el Nuevo Testamento. ¿Quién les iba a decir a ellos, que en estos momentos somos el mayor movimiento de apostolado dentro de la Iglesia Católica?

Se tuvieron que ganar a pulso el posicionamiento cívico-social en la sociedad almeriense, y a mayor abundamiento, dentro de la curia diocesana, quienes, no solo ponían muchas dificultades, sino que a veces teníamos que traer sacerdotes o religiosos fuera de la capital para que pudieran presidir nuestros cultos. Deambulamos solicitando la confianza en relanzar este camino de santidad dentro del catolicismo popular, pero muchos miraron de reojo, no sé sí por qué estaban cansados de toda la servidumbre anterior que tuvieron que soportar para no ser declarados desafectos al Régimen, o porque no consideraban que esta línea pastoral de fortaleza en la fe y de evangelización no daba respuesta al momento histórico que vivíamos. Muchos mezclaron las churras con las merinas.

A pesar de todo ello, se re-constituye la Agrupación de Cofradías presidida por el jurista Fulgencio Pérez Dobón, se realiza el Pregón de la Semana Santa con el escritor y poeta José Asenjo Sedano en el Convento de Las Puras, se realiza el primer cartel de Semana Santa de la nueva época con la imagen del Santo Cristo de la Escucha, en blanco y negro, y procesionan en 1979 siete de las nueve Cofradías erigidas canónicamente en esa fecha, con excepción de las Cofradías de la Borriquita y las Angustias, así como el Resucitado que tampoco lo hizo, y todas nuestras actuaciones cofrades se realizaban con gran hermanamiento y fraternidad, todos éramos uno en la fe, ya que todos y todas, nos ayudábamos en todo aquello que fuese preciso: cesión de tronos o pasos, de túnicas, de cirios, representaciones para aumentar el número de penitentes en el cortejo, flores, y un largo etcétera.

Delante y detrás de todos nosotros, un hombre, un preclaro hijo de Almería, un excelente sacerdote, el canónigo archivero por oposición y párroco del Sagrario de la Catedral Juan López Martín. Sin él, nada hubiera sido como fue ni como es, y las dificultades se hubieran multiplicado, llegando incluso a la total desaparición de la Semana Santa, tal y como había ocurrido años atrás bajo la etérea dirección cívico-religiosa.

Hubo hechos que quedaron en el silencio, que nunca fueron mayestáticamente reproducidos, ni en los medios de comunicación, que no se hacían eco, y dedicaban escasamente unas líneas en los mismos términos redactados del año anterior de este ámbito religioso, generalmente, ni porque existía otros resortes para expandirlos, como actualmente, a través de las redes sociales. Muchos se quedaron en el camino, y no pudieron ver el momento actual de brillantez penitencial, como el Vicepresidente Miguel Aparicio Rodríguez. Cofradías que eran amenazadas, tanto sus integrantes como sus enseres, por haber tenido su origen fundacional en el Movimiento nacional, llegándose a escoltar un paso, en aquel momento no de palio por un grupo político para evitar un hecho luctuoso, pitidos y palabras mal sonantes a la salida de otra Hermandad con motivo de la presencia de las FFAA y FF.CC.SS. en los cortejos procesionales, abandono de la máxima magistratura eclesial y autoridades cortejo, evitar asistir la curia al pregón de Semana Santa con motivo de la asistencia de corporativos municipales de un determinado signo político, falta de asesoramiento legal con las consecuentes pérdidas del patrimonio a instancias de la Administración; prohibirse el montaje de pasos tres días antes de la procesión y el desmontaje la misma noche-madrugada tras el regreso, la recogida de flores de algún espacio público de jardinería para su colocación en el llamado trono, supresión de símbolos y destrozos en otros enseres con simbología de la memoria histórica, etcétera.

Fueron años convulsos, de gran desconfianza por parte de todos los sectores sociales y eclesiales hacia quienes decidimos con nulos recursos económicos, pero con mucha pasión y trabajo, poner en marcha las juntas directivas y un sistema organizacional y funcional adaptado al momento histórico que vivíamos. A pesar de las muchas puertas que se nos cerraron, y que después se nos abrieron, al demostrar de forma fehaciente y notoria, que nuestro único interés era la Semana Santa, y todos y todas teníamos nuestro sitio, lugar y espacio, sin distinciones ni discriminaciones de ninguna índole social, económica, política, etc.. Se llegó a un momento de tal malestar, que una Hermandad decidió no pasar por la carrera oficial sita en el Paseo de Almería ante la falta de apoyo por parte del sector comercial a la Agrupación de Cofradías. Todos y todas eran bienvenidos y bien hallados a esta nueva ilusión esperanzadora para el bien de nuestra amada Iglesia Católica y de toda la ciudad expresada a través de la catequesis plástica de sus imágenes sagradas y sus cortejos procesionales, y que la incorporación activa de la presencia de la mujer, los jóvenes, los costaleros y la música procesional, hicieron posible un resurgir cómo nunca se había vivido anteriormente en los anales de las cofradías de la capital almeriense. Ese grupo inicial, comprometido hasta la médula de la segunda mitad de los años setenta, que actualmente, siguen estándolo, no produciéndose ninguna espantá propia de algún argot taurino como sucedió en esta etapa, fueron y son un ejemplo y testimonio de haber hecho la mejor transición cofrade en Almería capital, el paso respetuoso de un sentir piadoso por imperativo legal, a un sentir fervoroso y devocional realizado con la fe más racional teológica.

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