Se merecía una calle desde hace años. Los honores le han llegado aún más tarde que a su sucesor, Chiquito. Versionó sin saberlo la stand up comedy de los monólogos a su manera. Al estilo más carpetovetónico, entre el chiste alargado y la descripción castiza. Entre las carpetas de los recuerdos los espectadores veteranos pueden evocar el debut de Paco Gandía en aquel show en directo del Florida Park. José María Íñigo presentaba Martes noche... fiesta (se reservó la mejor noche de la TVE del monopolio) donde iban los famosos a hacerse ver entre las mesas, mientras por el escenario desfilaban las voces de los discos cantando en riguroso play black, asediados con salvas de claveles.

Paco, retaco y profundo, se destapó allí con sus "casos verídicos" y el epopéyico relato del niño atiborrado de garbanzos antes de una regurgitada tarde en la Maestranza. Fue tal el éxito que se convirtió en habitual del programa del bigotudo y a partir de entonces nos fue acompañando en casetas municipales y en los llamados programas de variedades, que eran los ferrero rocher de la programación de la cadena y media que teníamos. Paco pertenece a la generación humorista del chiste de barra de bar, que era como se retuiteaban. De esos chistes que contaba el carota de la clase la hora antes de las vacaciones. Con Pepe da Rosa y Josele formó el tridente del humor sevillano televisivo, que a fin de cuentas es hablar del humor andaluz, y ante su anuncio las familias aparcaban la sopa para reírse un rato y olvidar los agobios de final de mes en esa España que emergía al color.

El gran Gandía no entendía de monólogos prefabricados. Era un narrador de hipérboles y onomatopeyas, con su estampa como único efecto especial. De todos los debutantes de Íñigo (Bosé, Enrique y Ana) nos quedamos con aquel chaparro ingenioso, regateador de borderíos, feo y cordial que nos iguala en los recuerdos cuando nos reímos del funeral del tío Serafín.