Toros

Pacheco y un encastado 'Caudillo II' ponen la emoción en Las Ventas

  • El linense está a gran altura y no consigue premio por el fallo con la espada

  • Adoureño y Henche, con un pésimo lote, de vacío

La faena de Miguel Ángel Pacheco a un encastado y exigente novillo de Julio García, de nombre Caudillo II, fue el único pasaje de verdadera emoción en una tarde gris y cuesta arriba en Las Ventas, y que no se saldó con el corte de una oreja por culpa de la espada.

Se lidiaron novillos de Julio García, con un cuajo y una seriedad por encima de muchas corridas en plazas de provincia, y de juego desigual. Destacó la emoción del encastado y exigente segundo; nobles y manejables, tercero y sexto; manso y moribundo, el primero; sin fuerzas ni raza, el cuarto; noble y blando, el quinto. Adrián Henche: silencio y silencio. Miguel Ángel Pacheco: ovación tras aviso y ovación. El Adoureño: silencio tras aviso y silencio tras aviso).

Novillada de Julio García, con cuajo de corrida de toros y de juego variado

Da gusto encontrar en estos tiempos que corren un joven valor con madera de torero: Miguel Ángel Pacheco. El joven linense, lejos del academicismo y el ventajismo tan de moda y que nada ayuda al porvenir de la fiesta, evidenció que tiene algo distinto, mimbres para, con un poco más de oficio, poder destaparse y empezar a funcionar en un futuro no muy lejano. Y lo demostró con el único novillo encastado y exigente de un imponente y blandengue envío de Julio García, con el que tomó antigüedad en Las Ventas, y del que se salvaron también, en parte, los noblotes tercero y sexto. La verdadera prueba de fuego fue en su primero, un novillo que ya de salida dejó claro que iba a vender cara su piel. Y sino que se lo digan al subalterno Daniel Sánchez, que se llevó un volterón del que salió indemne de milagro.

Este pasaje puso en alerta a las cuadrillas, que llevaron a cabo una lidia tan precavida como desastrosa, de esas que no ayudan nada a enseñar las notables cualidades que guardaba dentro Caudillo II, que fue como se llamaba el toro de Julio García. Pero dos pares de mucho riesgo de Corruco de Algeciras hizo despertar los tendidos, que jalearon también un inicio por bajo de mucha torería del joven linense, que, ya recuperada la vertical, diseñó una labor de mucha firmeza y aplomo, imponiéndose por abajo a las exigentes y encastadas embestidas del utrero, en lo que fue un toma y daca de lo más emocionante. Lástima que con la espada no andara fino Pacheco, diluyéndose la posibilidad de cortar la que hubiese sido una oreja de ley.

De rodillas y a la verónica recibió Pacheco al quinto, que, sin ser lo del anterior, acudió con alegría al caballo. Y, aunque tuvo calidad en la muleta, le faltó fortaleza y transmisión, lo que condicionó sobremanera el trasteo de Pacheco, que trató de hacer las cosas con mucho temple, pero ni así pudo el hombre.

Se presentaba en Madrid El Adoureño. No dijo gran cosa este joven francés que pudo y debió estar mucho mejor sobre todo con su buen primero. Y más de lo mismo frente al sexto, al que dieron cera en el caballo para dos tercios de varas. La mala suerte se cebó con Adrián Henche, que volvía a Madrid después de la grave fractura lumbar sufrida el pasado mes de octubre y que le ha mantenido casi cuatro meses de baja. El joven madrileño no pudo pasar de discreto con un primero manso y moribundo, y un cuarto también blando y desrazado. Una pena.

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