Jerez

Grandiosos hallazgos, variopintas decepciones

Tras un arranque de Festival titubeante y claramente decepcionante, el nivel artístico de la muestra de baile flamenco y danza española mejoró de forma sobresaliente casi al llegar al ecuador. Andrés Marín yRafaela Carrasco rubricaron en la primera semana dos de los espectáculos más sorprendentes que se han visto en el Teatro en los últimos años. El primero estrenó La pasión según se mire, una provocativa propuesta en la que cerró pacífica y definitivamente la brecha entre lo viejo y lo nuevo. Baile posmoderno que regaló instantes memorables, como el paso a dos entre el baile de geometría abstracta de Marín y la danza atávica y visceral de Concha Vargas. La segunda presentó Vamos al tiroteo, versiones de un tiempo pasado, donde dio una lección magistral de cómo refrescar con gusto un material manido y trillado. Su labor arqueológica para rescatar las Canciones populares de Lorca y La Argentinita recibió una de las mayores ovaciones del Festival. Luego llegaría el fin de semana jerezano a cargo de María del Mar Moreno, que estrenó Quiero tu cante, y Joaquín Grilo, que reestrenó una revitalizada y enriquecida Leyenda personal. Si bien es verdad que la primera bailó con una rabia interior y un pellizco que no le recordábamos, no es menos cierto que su propuesta fue poco atrevida y sin la profundidad que hay que exigirle a una artista de su categoría. En el caso de Grilo, más allá de poner una vez más el Teatro bocabajo, trajo un espectáculo pulido y con un concepto escénico, salvo pequeños detalles, muy maduro. La incorporación de Dorantes y una camerata de cuerda aportó una musicalidad excepcional al montaje, que nunca decayó y resumió a la perfección el carácter de un genio del baile flamenco. Un día después, Belén Maya y Olga Pericet estrenaron Bailes alegres para personas tristes, uno de los mayores y más sugerentes hallazgos de esta recién concluida edición. El trabajo le ha válido a Pericet el reconocimiento como Artista Revelación de 2010, pero no hay que olvidar que ha sido, en parte, gracias a la inteligencia de Belén, que compuso un hipnótico diálogo de sentimientos extremos regado por un modélico trabajo musical y escénico firmado por David Montero y Juan Carlos Lérida. La pluscuamperfecta Sonata, de Estévez y Paños —más allá de sus problemas de ‘metraje’—, y Reencuentro, el emotivo HOMENAJE a Fernando Belmonte, cerraron el capítulo de obras que pasarán a la historia de este Festival. En el capítulo de este balance titulado ‘ni chicha, ni limoná’ podemos decir que fue un intenso placer ver de nuevo a Canales bailar por derecho en Serenata andaluza;disfrutamos con algún que otro ramalazo de arte en los pies de Rafael Campallo, pese a su convencional discurso; y nos esperanzamos al ver a una María José Franco que, con pocos medios y toneladas de ganas, subió un nivel más en su carrera hasta alcanzar las tablas del Villamarta. Por lo demás, la medianía se palpó en espectáculos tan insustanciales como Fedra —pese a la grandeza de su protagonista, la enorme Lola Greco—;Esencial, de unFarruquito que fue visto y no visto;Historia de un soldado, de unFernando Romero que empachó a base de trazo grueso en la sesión techno y en la vertiente teatral de su montaje; y Poema del cante jondo en el Café de Chinitas, una superproducción con dinero público de alto standing pero con muy poca alma. Los descansos de Villamarta fueron esta vez casi insufribles. Si en años anteriores nos deleitamos, por ejemplo, con artistas del nivel de Pastora Galván, Tomatito, Son de la Frontera, Gerardo, La Uchi y El Pelao, en esta edición asistimos a funciones en las que nos llegamos a plantear si no hubiese sido más idóneo dejar esas dos jornadas en barbecho.

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