Hablando en plata

Historias flamencas: Pilar López, la gran maestra

Pilar López ha sido, para este humilde cronista, la mejor maestra que ha tenido el baile flamenco en los últimos tiempos. La maestra por excelencia que supo moldear a todos sus bailarines y a los bailaores que pasaron por su compañía. Decía su discípulo predilecto, Antonio Gades, que Pilar López le había enseñado, no solo la estética, sino también la ética del baile. Algo muy difícil de captar y de digerir, que Gades supo llevar hasta sus más extremas consecuencias, a lo largo de toda su carrera artística.

Esa ética era la misma que Pilar había aprendido de su hermana Encarnación López ‘La Argentinita’, por la que siempre sintió verdadera pasión y de la que la maestra se consideraba la más fiel heredera. Sin embargo, si eso fue así, todos sabemos que Pilar la superó con creces, en todos los ámbitos. Tal vez las coreografías tuviesen más de Encarna que de Pilar, pero en la interpretación esta última no cabe duda que debería superar bastante a su hermana; porque la pasión de Pilar por ‘La Argentinita’ se confundía, al mismo tiempo, con la gran pasión que sentía por el baile.

Conocí a Pilar López, una vez que vino a Villamarta, allá por la década de los años sesenta, cuando fui a entrevistarla en los camerinos, entregándome dos fotos dedicadas que aún conservo. Recuerdo que me llamó la atención ver a unas mujeres planchadoras, junto al escenario, almidonando las pesadas batas de baile que sacaban de los baúles de la compañía. Y también me presentó a su marido, el músico Tomás Ríos, con el que estuve hablando, pidiéndome saludara en su nombre al entonces alcalde de Jerez, Tomás García Figueras, al que me dijo conocía desde hacía tiempo.

Pilar López más que bailaora, era el mismísimo baile en persona. Hablando, gesticulando, moviéndose, era puro baile. Así lo demostró cuando la trajimos a Jerez, para rendirle el homenaje en vida que su arte merecía. Ya anteriormente, hacía  algunos años que le habíamos concedido el premio nacional de baile de la Cátedra, a su fabulosa carrera, pero en aquella ocasión no pudo venir y el premio lo recogería, en su nombre, su discípulo el bailaor Alejandro Vega, con quien yo tuve ocasión de compartir mesa y mantel, en el lujoso Hotel Mindanao de Madrid, junto al maestro Antonio Mairena, sorprendiéndome sus exquisitos modales en la comida.

La maestra no era mujer amiga de familiaridades con sus bailarines. Recuerdo que a todos les hablaba de usted, para que ellos la respetaran con el mismo tratamiento. En otra ocasión, en un ‘perol’ al que asistimos en la serranía de Córdoba, otra maestra, mi gran amiga Matilde Coral, estuvo dialogando con ella, en mi presencia, acerca de un paso de baile que Pilar llamaba ‘La Jerezana’ y la forma de ejecutarlo Matilde, estando ambas de acuerdo en su interpretación.

Cuando Pilar López  vino a Jerez, invitada por la Cátedra, firmó en el libro de honor de la misma, recibiendo el rendido homenaje que se le ofreció en las bodegas de González Byass con la participación de flamencólogos y poetas, quedando muy contenta del resultado de aquella brillante jornada, organizada en su honor.

En otra ocasión, con motivo de un homenaje a quien esto escribe, en el Círculo de Bellas Artes, de Madrid, Pilar fue tan gentil que aceptó entregarme una placa, pronunciando unas cariñosas palabras que agradecí en el alma y que nunca olvidaré. Hablar con la maestra era hacerlo con una mujer que, además de ser tan gran artista, era una persona de mundo, y de exquisita cultura. Tal como lo había sido su hermana ‘La Argentinita’, amiga de escritores, poetas, pintores, músicos y toreros, y a la que Federico García Lorca acompañó al piano cuando cantó las canciones recopiladas por el poeta granadino.

Finalizando el Festival de Jerez, nos complace cerrar estas historias flamencas, en las que hemos ido anotando vivencias y buenos recuerdos, con el nombre de la que, para nosotros, ha sido la más grande, la más sabia y más completa maestra de baile de buena parte del siglo XX. Un nombre de oro, el de Pilar López, a la que sus bailaores y bailarines respetaban y guardaban el más sincero agradecimiento por lo mucho que les había enseñado. Nada menos que toda la estética del mejor baile flamenco, además de toda la ética del mismo, para interpretarlo con total entrega, sobre las tablas de un escenario.

Quien la conoció y la vio bailar, no la olvida.  

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