Adolfo Suárez

Editorial: 'La herencia de Adolfo Suárez'

DEL Rey abajo, todas las instituciones, fuerzas políticas y agentes sociales representativos de España han rodeado de respeto y afecto el último trayecto vital de Adolfo Suárez, el último presidente del Gobierno franquista y primer presidente de la democracia. Fue, repetimos una vez más, el gran artífice del cambio de un régimen a otro. La España oficial se ha unido en torno a Suárez, años después de haberlo marginado políticamente, en justa correspondencia con el luto expresado en los últimos días de muchas formas por la España real. El legado que deja es imperecedero por varios motivos. El primero, porque su obra es de tal magnitud que supera de largo su propia trayectoria existencial: un país reconciliado, que ha dejado al fin de estar sometido al espíritu fratricida que ha estropeado los momentos más esperanzadores de su historia contemporánea y ha instaurado un sistema de convivencia basado en las libertades e incorporado al escenario europeo del que ha permanecido alejado durante siglos. Esto lo consiguió la sociedad española, con Suárez al frente, en una etapa trascendental, tras la muerte del dictador, en la que se habían conjurado todos los elementos precisos para que la transición no fuera posible: los intentos de golpe de Estado militar, la violencia de la ultraderecha, el terrorismo, un aparato estatal plenamente franquista y una crisis económica que abonaba la posibilidad de una vuelta atrás. Y lo consiguió, y ésta es la segunda vertiente del legado de Suárez, edificando los cimientos de la transición y del nuevo orden político democrático con el diálogo y el consenso como banderas. Sólo gracias a la generosidad, sentido del Estado y patriotismo de los partidos políticos, organizaciones sindicales y empresariales y personalidades relevantes se pudo desmontar el Estado antiguo pieza a pieza, sin apenas violencia y sustituyéndolas por las instituciones que garantizaron, y garantizan, la convivencia en libertad. Negociando, pactando, poniéndose en el lugar del adversario y haciendo cesiones es como se acertó a levantar el sistema democrático ahora vigente y ya definitivamente estable. Un sistema incluyente, de territorios, ideas y organizaciones, como nunca había sido posible en la tormentosa vida pública de la España contemporánea. Consenso y diálogo: eso fue lo mejor de los años setenta del siglo pasado. Tan es así que sería un suicidio abandonarlos ahora, cuando el país afronta problemas graves, aunque menos que los de entonces. La confrontación que parece el arma favorita de los políticos de ahora es, a todas luces, más estéril y frustrante. Tanto que el legado de Adolfo Suárez merecería ser de aplicación obligatoria. Quizás sea la mejor forma de honrar su memoria.

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