JESÚS GIL RIBES. preside la Asociación de Agricultura de Conservación Suelos Vivos

"La siembra directa plantea más un problema de mentalidad que técnico"

  • Afirma que hay "buenas prácticas agrarias" que no sólo benefician al suelo, evitando su erosión, sino que permiten producir con la misma o más rentabilidad que las tradicionales

Jesús Gil Ribes es doctor ingeniero agrónomo, catedrático de Ingeniería Agroforestal en la Universidad de Córdoba y presidente de la Asociación Española de Agricultura de Conservación Suelos Vivos, que se fundó en 1995 con el fin de promover prácticas agrícolas sostenibles que conduzcan a una mejor conservación del suelo agrícola y de su biodiversidad, como son la siembra directa en cultivos herbáceos extensivos y las cubiertas vegetales en cultivos leñosos.

-La Organización de Naciones Unidas (ONU) ha proclamado este año como el año internacional de los suelos. ¿Tanto maltratamos nuestros suelos que es necesario hacer este tipo de proclamaciones?

-Desafortunadamente así es. Para que se haga una idea, sólo en Andalucía se pierden de media al año unas 23,2 toneladas de suelo por hectárea. El 22,6% de los suelos andaluces están afectados por procesos erosivos altos, con pérdidas de más de 25 toneladas por hectárea y año. Para comprender la importancia de la preservación de este recurso natural, basta con conocer el largo periodo de tiempo que se necesita para su formación y la rapidez con la que puede ser destruido. Así pues, se necesitan cerca de 2.000 años para formar 10 centímetros de suelo fértil, lo que supone una generación al año de este recurso no mayor de una tonelada por hectárea. En cambio, en ese mismo periodo de tiempo, pueden perderse de media por fenómenos erosivos unas 16 toneladas de suelo por hectárea según la zona.

-¿Cuáles son las prácticas agrarias a evitar?

-En concreto, en la actividad agraria, las conductas que más pueden poner en riesgo la sostenibilidad del suelo son, entre otras, la intensificación de la explotación agrícola, el abuso del laboreo, y la utilización intensiva de maquinaria pesada, de fertilizantes o herbicidas.

-¿Hasta qué punto están los agricultores aceptando la siembra directa o el mantenimiento de cubierta vegetal?

-La verdad es que encontramos una respuesta desigual. Mientras que la implantación de las cubiertas vegetales ha tenido una aceptable implantación, ocupando casi el 37% de la superficie dedicada a cultivos leñosos en Andalucía -sobre todo gracias al apoyo que han supuesto las ayudas agroambientales destinadas a la implantación de cubiertas en viñedo y en olivares en cuencas vertientes a embalses de consumo humano- la siembra directa no ha seguido el mismo camino, ocupando el 7% de la superficie andaluza ocupada por cultivos herbáceos extensivos. Aunque a priori este porcentaje puede parecer pequeño, he de resaltar que la tendencia de adopción de la siembra directa es al alza a tenor del aumento de la superficie bajo este sistema de manejo en los últimos 5 años, con un incremento de más de 23.000 hectáreas.

-La siembra directa ahorra costes a los agricultores y sin embargo pocos la aplican a rajatabla. ¿Por qué?

-Más que técnico, se trata básicamente de un problema de mentalidad del agricultor a la hora de enfrentarse al reto de cambiar el sistema de manejo del cultivo arraigado durante generaciones. Por lo general, un agricultor convencional cree que labrar el suelo suministra beneficios a la explotación e incrementaría dicho laboreo si fuera económicamente posible, por lo que no todo el mundo está preparado para romper el paradigma que liga labranza con más producción. Lo curioso de todo ello es que dicha afirmación está basada más en cuestiones culturales que en estudios técnicos y científicos. Dicho esto, el camino para aquellos que se embarcan en el reto de llevar a cabo la práctica de siembra directa en sus cultivos no siempre es fácil y los cuellos de botella para su implantación han ido cambiando y reduciéndose a lo largo de los años, a medida que el conocimiento de la técnica ha ido aumentando y las soluciones técnicas se han ido adaptando a los requerimientos de cada zona y a las necesidades del agricultor. Así pues, si bien antes existían problemas por falta de adaptación de la sembradora a las condiciones del suelo, desconocimiento del momento ideal para realizar la siembra o problemas de incidencia de malas hierbas debido a la inversión de flora, ahora y una vez superados éstos, el problema más recurrente que encontramos es la dificultad de implantación de las semillas de determinados cultivos en el surco de siembra, como puede ser el caso del girasol o el manejo del rastrojo cuando existe una gran cantidad del mismo sobre el suelo, como es el caso de cultivos en regadío.

-¿Cuáles son los elementos necesarios para hacer una siembra directa bien hecha?

-Primero, y muy importante, es hacer un adecuado manejo del rastrojo vegetal. Para ello la cosechadora ha de tener dispositivos de picado y esparcido de la paja. Es esencial que el rastrojo esté distribuido de manera homogénea sobre la superficie del suelo. Otra cuestión relevante es conocer bien el medio en el que se va implantar el cultivo, esto es el suelo y la flora autóctona. Las características del suelo son importantes para proceder a la regulación de la sembradora y la flora autóctona para no tener problemas de infestación de malas hierbas. Es, por tanto, necesario, conocer su desarrollo, sus ciclos, su comportamiento y su incidencia sobre el cultivo. Elegir bien la sembradora es otro de los factores a tener en cuenta, existiendo en el mercado multitud de opciones. En este sentido destacamos dos tipos de sembradoras según el elemento de apertura del surco: de rejas y de discos. Por último, la regulación de la sembradora es otro elemento a tener en cuenta. En laboreo convencional, con las labores, el suelo siempre queda en las mismas condiciones para la siembra, por lo que no es tan determinante ajustar la sembradora. En cambio, en siembra directa las condiciones en las que se encuentra el suelo varían de una campaña a otra al no actuar de forma mecánica sobre él, no siendo los temperos y las condiciones de trabajo similares de una campaña a otra. En este sentido, la regulación de la sembradora adquiere una importancia capital.

-En cuanto al mantenimiento de cubiertas vegetales en olivar o cítricos. ¿Influye en la productividad del cultivo?

-Como he comentado anteriormente, la aceptación de las cubiertas vegetales es mayor que la siembra directa. Si la cubierta se maneja de manera adecuada, bien sea de forma mecánica con desbrozadoras o picadoras, o de forma química con barras de tratamientos, y en el momento en el que el cultivo comienza su actividad vegetativa, la productividad no se ve afectada y los rendimientos se mantienen con respecto a los cultivos que se manejan de manera convencional.

-Desde la asociación que usted preside están llevando a cabo en Andalucía algunos proyectos Life ¿Qué se busca?

-En general los proyectos Life ponen en práctica, prueban, evalúan y difunden metodologías que no se han aplicado a una escala demostrativa en el contexto específico del proyecto, y que se podrían aplicar en otro sitio en circunstancias similares. En nuestro caso, tanto el Life+ Agricarbon, como el Life+ ClimAgri, tratan de demostrar la efectividad que la siembra directa tiene, en conjunción con otras buenas prácticas agrarias, para mitigar los efectos del cambio climático y, a su vez, favorecer la adaptación de los cultivos a los futuros escenarios climáticos que se den como consecuencia del calentamiento global. El primero, el cual finalizó el pasado año, se ha desarrollado en cultivos herbáceos de secano, mientras que el segundo llevará a cabo sus acciones en cultivos herbáceos de regadío. Por dar algunas cifras, gracias a las actuaciones llevadas a cabo en el proyecto Life+ Agricarbon, en las parcelas en donde se ha implantado siembra directa se han reducido las emisiones de CO2 en torno a un 19%, y se han llegado a incrementos de fijación de carbono atmosférico de hasta un 35%. El desarrollo de este tipo de proyectos pretende servir de soporte de conocimiento a las políticas que la Unión Europea tiene en materia de acción por el clima, ya sea tanto desde el punto de vista de la mitigación, como desde el punto de vista de la adaptación.

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