Almería

Adiós a Felipe de Edimburgo

  • Ser príncipe o rey consorte, nunca ha sido fácil. En España Francisco de Asís de Borbón y Borbón, esposo de aquella malograda Isabel II, ha pasado a la historia como un hombre débil

Adiós a Felipe de Edimburgo

Adiós a Felipe de Edimburgo

UNA vida excepcional y un legado extraordinario pasan a formar parte de la historia. Fue sin duda un hombre avanzado a su tiempo, desacomplejado, valiente, terco, mejor abuelo que padre e indudablemente inteligente, que supo, desde el inicio del reinado de su esposa, encontrar los mecanismos adecuados para influir en todo aquello que fuese relevante para la Monarquía. A él se debe, por ejemplo, que la coronación de Isabel II se pudiese seguir a través de televisión, un medio aún muy incipiente en aquel lejano 1953, y que gran parte del staff de la Casa Real desaconsejaba.

Y en tiempos algo más recientes, también se debe en gran medida al duque de Edimburgo la apertura de puertas que el palacio de Buckingham llevó a cabo durante los años setenta, concretamente a partir de 1969 cuando las cámaras grabaron “Royal Family” dejando ver aspectos hasta entonces vetados al gran público. Dicho formato televisivo no se volvería a repetir, pero constituyó el inicio de la toma de conciencia por parte de la Familia Real sobre su rol y la relación que debían mantener con el ciudadano, que a la postre, serviría para reforzar y modernizar la Monarquía en uno tiempo en que la sociedad británica necesitaba sentirse fuerte y respaldada. Una sociedad muy carente de referentes y algo desubicada tras la pérdida del Imperio, no olvidemos que en esa década y en la anterior se habían independizado muchas de sus colonias (India ya lo había hecho en 1947) y que necesitaba, más que nunca, de una Corona fuerte en la que se pudiesen ver reflejados y, por otra parte, confortados. Y quizás sea esa la función más significativa de las actuales monarquías europeas, acompañar al pueblo y al país al que sirven.

Si vemos lo que en estos días están diciendo los medios británicos sobre el príncipe Felipe hay dos términos, con idéntico significado, que se repiten machaconamente: “public service” y “duty”. Servcio y deber, que en su caso, se materializaron a través de las más de 800 asociaciones y fundaciones con las que trabajó estrechamente y en muchos casos presidió. Y es ese el principal sentido de la existencia de la institución monárquica en el siglo XXI, servir. Ya se lo dijo la reina doña Sofía a Pilar Urbano en sus memorias: “Las formas pueden cambiar, y deben cambiar, pero la esencia será siempre la misma: servir al pueblo” .Ser príncipe o rey consorte, marido de una reina, nunca ha sido fácil. En España Francisco de Asís de Borbón y Borbón, esposo de aquella malograda Isabel II, ha pasado a la historia como un hombre débil. Su homosexualidad ya provocó durante el reinado de su esposa infinidad de mofas y demás chanzas sobre su persona. El pueblo madrileño lo bautizó como “Paquita” o “Paquito Natillas”. No creo que exista en los anales de la historia hombre más vilipendiado que el pobre rey Francisco. Murió en París, donde vivió prácticamente solo y alejado del cariño familiar, rodeado únicamente de sus colecciones, entre las que destacaban una magnífica biblioteca y una serie de tapices de “El Quijote”. Fue un gran coleccionista prácticamente de todo, excepto de afectos.

Si nos atenemos a casos mucho más cercanos en el tiempo y echamos un vistazo rápido a las diez monarquías que aún siguen en pie en Europa nos podemos reafirmar en la tremenda dificultad que esos príncipes han tenido para consolidar un rol acertado dentro del país al que por matrimonio se han unido. Claus von Amsberg, marido de Beatriz de los Países Bajos, fue rechazado por el pueblo neerlandés desde el anuncio de su boda con la heredera al trono. No le perdonaron que durante su adolescencia, como la mayoría de jóvenes alemanes, formase parte de diferentes organizaciones hitlerianas, pese a no haber participado en ningún acto punible, como el gobierno holandés se encargó de esclarecer antes del compromiso. Su total dominio del idioma neerlandés, su dedicación al país y a la familia, consiguieron que al final de su vida fuese querido y respetado, pero el precio que hubo de pagar fue tremendo; una depresión crónica debilitó su salud mental siendo aún un hombre relativamente joven. El otro consorte coetáneo a Felipe de Edimburgo fue el francés Henri de Laborde de Montpezat, esposo de la aún hoy reina Margarita II de Dinamarca, personaje detestado hasta el extremo por el pueblo danés y fallecido en 2018.

Afortunadamente para Felipe de Edimburgo su suerte ha sido radicalmente diferente. Cuando el pasado viernes día 9 el palacio de Buckingham anunciaba el fallecimiento, la BBC interrumpía la programación habitual y cientos de medios de comunicación de todo el mundo se hacían eco de la noticia, muestra del enorme interés que la Monarquía británica despierta más allá de los países de la Commonwealth o de Estados Unidos, donde la realeza europea, y muy especialmente la británica, ha despertado gran interés desde antiguo, algo que la serie “The Crown” ha reavivado, haciendo accesible al gran público la figura de Felipe, y posibilitando que muchos hayan sentido próxima la muerte del príncipe, aunque en parte confundiendo realidad y ficción, pues la serie de Netflix, pese a sus excelentes asesores históricos, no es ni de lejos, un documental de rigurosa factura.

Desde la muerte de Diana de Gales no ha habido otro fallecimiento tan global y mediático como el de Felipe, pues se ha seguido y vivido en todos los continentes y por todas las clases sociales, muestra de ese fenómeno tan atrayente, tan mágico y a la vez tan tremendamente difícil de comprender como es la Monarquía británica y todo el círculo mágico que la rodea.Ayer a las 3 de la tarde, hora británica, su familia y el mundo entero se despedían del príncipe en una ceremonia sobria marcada por las restricciones provocadas por la actual pandemia y retransmitida a través de la BBC a todo el planeta. Ese era el último acto que Isabel y Felipe iban ha compartir tras un matrimonio de 73 años marcado por una lealtad irrepetible.

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