Almería

Bandera negra en la calle Real (IV)

  • Motín a bordo. La ambición de los tripulantes del bergantín-goleta "Liberto" les llevó a atentar contra la vida de su capitán, José Agramunt, cuando en 1876 navegaba entre Cabo de Gata y Roquetas

En silencio gime el reo

y el fatal momento espera

en que el sol por vez postrera

en su frente lucirá

En su momento leí la noticia (La Crónica Meridional y una circular-manifiesto del Ministerio de Marina) y ahora considero oportuno sacarla a relucir en este ensayo patibulario sin vocación de exhaustividad, abierto a futuros investigadores La bahía y mar de Alborán han sido y son fedatarios de incontables vidas inmisericordemente cobradas sin que manto celestial alguno las proteja: naufragios, abordajes, colisiones o hundimiento de pesqueros, buques de guerra y pateras; un rosario eterno de pateras arribadas por desesperación desde el continente africano. Sin embargo, la bibliografía contrastada no es pródiga en cuanto a muertes individuales por asesinatos en alta mar. Esta es una de tales excepciones.

Al mando del capitán José Agramunt y con destino a Cantabria, el "Liberto" zarpó de Torrevieja con un cargamento de sal y fardos de lino. Cuando la noche del 26-27 de diciembre de 1876 navegaba en la marca Cabo de Gata-Roquetas, sus cinco marineros -incluido el contramaestre, Diego Rodríguez, fallecido posteriormente de enfermedad natural- se amotinaron con el ánimo de matarlo y llevar el buque hasta Buenos Aires. Accedieron al camarote donde descansaba y le descerrajaron dos tiros. A pesar de las graves heridas sufridas, logró reponerse y reducirlos con la ayuda de uno de ellos, arrepentido; otro (Florencio Mieites) ya había sido eliminado por disparos. Con inaudito esfuerzo dirigió el bergantín-goleta hasta la rada capitalina, donde la Comandancia de Marina se hizo cargo del flete y de la tripulación. Agramunt falleció a los pocos días en el Hospital Provincial. Más adelante, navieras y consignatarios catalanes bautizaron con su nombre una embarcación de similares características, honrando así su memoria y la valentía demostrada.

Trasladados al Departamento Marítimo de Cádiz, fueron sometidos en La Carraca a un consejo de guerra y definitivamente condenados a muerte los tres acusados: Domingo Luzárraga, Teodoro Pidal y Manuel Otero, jóvenes de 18 a 21 años. En octubre de 1878 regresaron a Almería. Recluidos en la cárcel de la calle Real, entraron en capilla el día 24 y en todo momento los justiciables fueron atendidos por voluntarios de Cruz Roja -encabezados por su presidente, Ruiz de Villanueva- y de una cofradía de Hermanos Hospitalarios de la que desconocía su existencia. En la ayuda espiritual del capellán carcelario, Rodríguez Frías, acudió el prelado José Mª Orberá. A la mañana siguiente, la malsana curiosidad congregó a centenares de ociosos espectadores ante el patíbulo alzado a la altura de los hoy Edificios Presidente -a espaldas de la antigua Fábrica del Gas-, frente al Mediterráneo testigo de su fechoría, tal como dictaba la tradición naval.

La sentencia -leemos en la circular de marcada dureza emitida por el Ministerio de Marina- acaba de ejecutarse en Almería, en cuyas aguas se perpetró el delito. Los reos lo han expiado en el patíbulo, arrepentidos y contritos. ¡A ese horroroso abismo conduce un momento de extravío! La catástrofe de diciembre de 1876 ha terminado en octubre de 1878, envolviendo a toda la tripulación del Liberto, que ha desaparecido.

La vindicta pública, la subordinación y disciplina, que lo mismo en los buques de guerra como en los mercantes, no pueden quebrantarse impunemente, han quedado satisfecha (…) ¡Y que el bravo cuanto infortunado capitán Agramunt sirva siempre de modelo para sostener el principio de autoridad y disciplina, aún a costa de la vida!

JOSÉ CINTABELDE

El doblemente enloquecido José Cintabelde Pujazón "Cintas Verdes" -enajenado por asesino y por lo absurdo del móvil- entregó su vida en el "garrote" tras haber dado muerte con arma de fuego a dos inocentes (José Bello y Rafael Balbuena) y dejar malherida a Antonia Córdoba; degollando asimismo a las hermanas Magdalena y Mª Josefa Castillo, de seis y dos años. Los hechos ocurrieron en la finca Los Jardinitos, próxima a Córdoba, el 27 de mayo de 1890, en plena Feria de Primavera. Por un motivo tan nimio como robar a la familia del aparcero el dinero -fruto de la venta de dos vacas- con el que abonar la entrada para asistir a la corrida de toros a celebrar en el coso de Los Tejares, con Lagartijo, Espartero y Guerrita en el cartel. A la salida del festejo fue detenido por efectivos de la Guardia Civil.

El almeriense, nacido hacia 1863 y criado en La Almedina, acababa de cumplir 28 años cuando su ejecución el 6-VI-1891. El jurado popular lo declaró culpable de cuatro asesinatos y el tribunal lo condenó a otras tantas penas de muerte en garrote vil, consumadas públicamente por el verdugo en una de las puertas amuralladas de la ciudad califal. De nada valió la consabida "locura mental transitoria" ni la copiosa ingesta previa de anís alegada. Los miembros del jurado, en un gesto humanitario, cedieron sus dietas a favor de una niña habida por el rematado con su amante. Cintabelde había marchado a Córdoba con su padre en busca de trabajo y ahí se empleó de albañil, cabrero y guardia municipal, donde al parecer lo expulsaron por mala conducta. En Almería le guardó luto su madre y una hermana.

INFANTICIDIO EN

ALBANCHEZ

Retrocedemos una década en el calendario y nos trasladamos a la agreste Sierra de Filabres, dando vista al valle del Almanzora. El cruento sacrificio bien pudo suceder, lamentablemente, en cualquier localidad de la provincia. De hecho existen ejemplos que confirman -antes y ahora- la especial vulnerabilidad e incidencia estadística en criaturas de corta edad víctimas de la maldad de los hombres.

En esta ocasión sería José Mª Bernabé López el protagonista del execrable infanticidio cometido en vísperas de la Navidad de 1881. Así acaeció y así lo contamos. Por encargo de su madre, el zagal de apenas 13 abriles partió en burra a casa de un tío suyo en Cantoria, "a por una fanega de maíz con la que poder alimentarse los días de Pascua". Ya no volvería por su pie al domicilio familiar de sus progenitores, Ambrosio y María, en Albanchez. En el barranco de los Olivos (o la Palmera) fue asaltado por dos leñadores, José Cruz "El Rojo" y Adolfo Samper (de 18 y 16 años), con el ánimo de robarle la burra y el panizo y darle muerte a continuación. Su cadáver fue descubierto oculto bajo unas piedras por Domingo Pizán, cabo de la Benemérita; siendo trasladado al camposanto local en medio de la consternación general. El escabroso lance lo recoge un romance impreso en coplas de ciego. La prensa de Madrid se hizo eco del suceso y el corresponsal en Albóx del capitalino diario La Crónica Meridional remitió una gacetilla con el testimonio de la Guardia Civil.

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