Almería

Cuando Bernardo recuperó las fiestas de San José

  • Famosas en el Campo de Níjar en 1921 y suspendidas tras la Guerra Civil, el empresario Bernardo Hernández César las rescató a mitad del siglo XX

Bernardo Hernández César fotografiado junto a su “Steyr 380 Q” de 1955, en el que viajaron turroneros y feriantes

Bernardo Hernández César fotografiado junto a su “Steyr 380 Q” de 1955, en el que viajaron turroneros y feriantes / D.A. (Almería)

Bernardo Hernández César fotografiado junto a su “Steyr 380 Q” de 1955, en el que viajaron turroneros y feriantes Bernardo Hernández César fotografiado junto a su “Steyr 380 Q” de 1955, en el que viajaron turroneros y feriantes

Bernardo Hernández César fotografiado junto a su “Steyr 380 Q” de 1955, en el que viajaron turroneros y feriantes / D.A. (Almería)

En 1921, es decir hace justo un siglo, la barriada nijareña de San José organizó unas fiestas patronales que provocaron la envidia de la comarca. La experiencia de años anteriores sirvió para que la comisión organizadora, presidida por José García González, diseñara un programa de actividades cargado de entretenimientos. Todo ello, a pesar de que en el núcleo costero apenas vivían unas pocas decenas de personas. Hubo solemnes funciones religiosas y procesión con el santo, conciertos y bailes populares con la banda de música de “El Hospicio” –que ya tocaba en 1878-, banquete de hermandad en honor de una representación de El Pozo de los Frailes, corrida de cintas, cucañas, fuegos artificiales, iluminaciones en el mar, verbenas, retretas, regatas…

Sin duda, aquellos festejos del mes de marzo sirvieron para llevar bullicio, ajetreo y alegría a los residentes de San José, acostumbrados no ya al sosiego, sino a la monotonía de todo un año dedicándose a las faenas pesqueras con endebles barquitos de madera, a la extracción de metales en las minas de Santa Bárbara, a la recolección de esparto y a la agricultura de subsistencia. San José tenía panadero, Juan Sánchez Hernández, y poco más ya que estaba aislado de la capital por un camino infernal por la Cuesta de Los Castaños y alejado de la villa de Níjar por otro sendero demoníaco atravesando La Serreta. Hasta finales de 1928 no asignaron a Blas Díaz Galindo como maestro fijo, por lo que unos festejos de ese calibre suponían el regocijo y el disfrute de la “modernidad”, aunque solo fueran el 19 y 20 de cada marzo.

Antes de 1936 se celebraban en marzo; luego pasaron al segundo fin de semana de agosto, cuando la barriada duplicaba su población

Al igual que las familias Parra Garrido o Ruiz Nieto, en San José residía el empresario transportista Bernardo Hernández Felices (1907-1986) y su esposa Josefa César Sánchez. Era la familia de “Los Perdíos”, porque la emigración llevó a sus hermanos a lugares tan lejanos como Argentina, Australia, Francia o Argelia. Su único hijo varón, Bernardo Hernández César (1931- 2020), correteaba por aquellas pedregosas calles azotadas por el viento de Poniente, jugaba a ser piloto en el “Buick” de seis plazas que, desde 1931, cubría la ruta con la capital tres veces por semana y se escondía, para asustar a sus tres hermanas, bajo la gran mesa de madera que su padre empleaba para sellar y firmar salvoconductos como alcalde pedáneo. Con la contienda bélica, las fiestas se suprimieron y cayeron en una absoluta indiferencia. Como mucho, se encendía la única radio de baquelita, marca “Askar” y de inmensos botones redondos, frente a La Calilla y los mozalbetes echaban un baile u oían “el parte”.

Pasaron los años y San José continuaba siendo un envidiable paraíso natural; eso sí con múltiples deficiencias de infraestructuras, pero con unos habitantes y unos primeros turistas deseosos de disfrutar de aquel edén marítimo-terrestre. En los años cincuenta, el niño Bernardo, ya convertido en exitoso hombre de negocios, pensó que su pueblo debía recuperar aquellas memorables fiestas, aunque el censo apenas llegara a los 308 habitantes. Y junto a un grupo de amigos, envalentonados por el reto, comenzaron a rediseñar los nuevos festejos. Uno de los primeros debates con las celebraciones patronales fue mantenerlas, o no, en marzo, coincidiendo con el día festivo, o trasladarlas al verano, cuando duplicaba su población y los nativos que emigraron volvían de vacaciones. Era complicado porque no podía solapar en el calendario a otras de anejos o barrios próximos, por lo que decidieron ubicarlas en la segunda semana de agosto.

La ausencia de teléfono en San José obligaba a esa animosa comisión, coordinada por Bernardo, a contactar con los feriantes, vendedores ambulantes y artistas del cante mediante llamadas telefónicas efectuadas desde la capital y a visitar a los buhoneros y mercachifles de la farándula cuando montaban sus tenderetes o tablaos en otros lares. Carteles pegados en las paredes, recados a los bodegueros y encomiendas a los amigos y parientes. Siempre con el anhelo de que el real de la feria de San José tuviera atracciones que divirtieran a los chiquillos y alegraran a los abnegados vecinos. Bernardo tenía el arma infalible de facilitarles el transporte, ya que en su empresa contaba con un “Steyr 380 Q”, matriculado en 1955, con el que más de un turronero pudo llegar hasta aquellas lejanas tierras para participar en la chanza. Era el vehículo en el que viajó Juan Goytisolo un día de tormenta y luego evocó en su obra “Campos de Níjar”.

Ya en los setenta, los empresarios del ocio y de los cacharricos eran citados en el bar “Casa Pepe” para el reparto, ubicación o subasta de los terrenos

Esa confianza en organizar unos festejos dignos y gratos costaba tiempo y dinero. Lo primero se restaba a la familia y al ocio y, lo segundo, se arrancaba de otras necesidades aportándolo sin miramientos porque el fin era loable y común para esa sociedad a la que tanto quería. En 1963 redujeron su exiguo presupuesto para donar 505 pesetas a las víctimas de las inundaciones de Barcelona del año anterior, que causaron 617 muertos, algunos de ellos almerienses. Si era por el bien de San José y sus gentes, Bernardo Hernández no escatimaba recursos ni esfuerzos, como con la línea de viajeros por carretera inaugurada hace 90 años, que ya se ha convertido en el patrimonio sentimental de la compañía.

Así, cada año, con la experiencia del anterior y con el aporte de nuevas tácticas e ideas, la feria de San José se consolidó y se convirtió en un referente de la comarca. Los empresarios del ocio y de los cacharricos eran citados en el bar “Casa Pepe” para el reparto, ubicación o subasta de los terrenos del real de la feria y hasta una niña de la tierra tenía el honor de convertirse en la reina de las fiestas y sus amigas en damas de honor. A finales de los sesenta y setenta, las tiendas de ultramarinos de Francisca Garrido Picón, José Gil Hernández y Manuel Piedra Nieto notaban en sus locales el bullicio de clientes de los días en los que Bernardo daba rienda suelta al divertimento.

Con la llegada de la democracia y los nuevos ayuntamientos, las fiestas de San José fueron “traspasadas” a la concejalía de Cultura de Níjar tras intensas negociaciones con el alcalde socialista, Joaquín García Fernández, que lo fue desde 1979 a 2003.

Este año, 2021, al contrario de las magnas actividades de 1921, la pandemia ha inyectado un compás de espera a los festejos, pero conviene evocar aquel impulso personal, casi titánico, por recuperar unos días lúdicos y placenteros en los difíciles años de la mitad del siglo XX.

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