Almería

Cementerio británico, cementerio civilDos espacios semidesconocidos

RETIRADAS en 1812 las tropas francesas de ocupación, el asentamiento de extranjeros constituye un núcleo considerable entre la población autóctona a partir del Trienio Liberal. En continuo crecimiento conforme avanza el siglo XIX y aumentan a buen ritmo las exportaciones de esparto, barrilla, plomo, uva y mineral de hierro, el Padrón vecinal se amplía con apellidos de procedencia europea: Duomovich, Greppi, Spencer, Fischer, Barrón, O´Connor, Grisolia, Mac Murray, Durbán, Maresca, Cassinello, etcétera. Una clase social dedicada preferentemente al comercio exterior con Gibraltar y distintos puertos mediterráneos, descritos en sus modales y costumbres con fino trazo por Pedro Antº de Alarcón, Davillier o Garzolini. Mayoritariamente de religión protestante, ante las dificultades para su repatriación desean ser enterrados en lugar diferente al cementerio católico y único almeriense. La primera iniciativa corresponde al propio Ayuntamiento:

"… Que no habiendo en esta población Cementerio a donde puedan ser conducidos los cadáveres de los que mueran sin pertenecer a la comunidad católica…" . Dado su carácter humanitario lo aprobó un pleno de agosto de 1869 presidido por el Alcalde 1º Mariano Álvarez Robles, suegro de Carmen de Burgos. El proyecto no cristalizó.

Hubo que esperar a octubre de 1877 para que aceptasen la petición del cónsul británico, Felipe Barrón (fallecido once años después), de adquisición de terrenos para protestantes, aunque "siendo de cuenta del peticionario la cerca y camino que ha de facilitar la conducción de cadáveres por el interior del Católico, y la apertura y colocación de puertas y reja de comunicación". Finalmente habilitaron un acceso independiente al recinto presidido por una capilla anglicana, hoy desvalijada de cualquier ornamentación. Sin embargo hasta 1906 no obtuvieron la escritura definitiva para su inscripción en el Registro de la Propiedad. El Municipio fijó la venta al Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda en la simbólica cantidad de 800 pesetas (una por cada metro cuadrado). En tiempos de alcalde Gómez Angulo, inexplicables dudas sobre la propiedad real llevaron a tapiar la puerta particular. El denominado "Fondo del Cementerio Británico" fue su responsable durante la pasada centuria. En esta parcela del 4º tercio se calculan sobre mil las inhumaciones, entre ellas la familia Fischer, marineros, el primer ingeniero del Cable Inglés o médico almeriense José Litrán, a quien el obispo Santos Zárate le negó el camposanto de San José, en una decisión escasamente cristiana, por su condición de ateo y masón. La última fosa que hemos podido identificar data del 18 de junio de 1986: Harold Arbeiter, londinense judío residente en la urbanización La Parra.

Cementerio Civil

Tuvo que desatarse el "escándalo Litrán" para que el ayuntamiento regido por Ramón Laynez atendiese la requisitoria del Gobierno sobre dotar a la ciudad de un cementerio independiente del católico. Sesión del 11 de marzo de 1889: "… Que debiendo procederse a la construcción de un Cementerio Civil en esta localidad y no existiendo partida en el presupuesto… se consigne el presupuesto adicional de cantidad bastante para llevar a efecto tan útil obra… ". Se cifra en diez mil pesetas y comienza la ardua negociación de la comisión de Ornato, Sanidad y Beneficencia con Juan de Oña, propietario del solar en el Marchal de Iniesta, quien a su vez lo había adquirido a Isabel Quesada. Al realizarse la medición no llegan a un entendimiento y tiene que ser el propio Gobernador Civil, impaciente, quien dictamine el deslinde entre el terreno público (municipal) y el privado. Por fin en noviembre de este año se aprueban los presupuestos, planos y proyecto del arquitecto Cuartara, dando comienzo las obras. En enero de 1891 se adjudican a Manuel Torres el acondicionamiento del camino entre ambos recintos mortuorios.

Al igual que en el anterior, se sepulta en tierra hasta que queda pequeño ante las necesidades crecientes y se alzan serie de nichos adosados. A falta de una revisión a fondo de los libros del Archivo, hasta finalizar la guerra del 36/39 se ocupa con difuntos laicos, ateos, aconfesionales y otros con el marchamo de "Judicial" (suicidas, asesinados, ahogados). También aquí la ira fascista se cebó en los sepulcros de sus enemigos "rojos". La más significada (para mayor inri de propiedad municipal) es la del republicano, concejal, novelista y director de El Radical, José Jesús García, a la que destrozaron la lápida y arrancaron las letras doradas que donó el diputado Gabriel Pradal. Cualquier ayuntamiento con un mínimo de sensibilidad y respeto a sus antecesores ilustres ya hubiera reparado la afrenta y restituida la dignidad perdida.

En este recorrido "inquietante" y obligado dadas las fechas, queda por inventariar el 5º y último tercio, el más lúgubre y desolado; el que de niños conocíamos por el de los "ahorcados". Una oculta y desconocida pequeña parcela al norte, abandonada y semicubierta de maleza alrededor de unas ochenta lápidas en tierra con uno o varios cadáveres. Me cuentan (y perdonen la crudeza del detalle) que a este reservorio destinaban los restos de forensías, amputaciones, fetos… ¡Ufff…!

Comisión investigadora

Lamento que la Historia discurra paralela a estas truculencias pero debo concluir el asunto tristísimo de las profanaciones adelantado en el artículo de ayer. El periódico El Porvenir denunció en febrero de 1883 los abusos cometidos, y el ayuntamiento, en lugar de verificar la información, lo denunció a su vez en el Juzgado por calumnias. Ignoro los derroteros del contencioso, sin embargo los actos vandálicos continuaron. Un incidente menor podía suponer que "anteayer se había permitido la entrada al cementerio de San José de algunos animalejos, convirtiendo tan respetado recinto en un verdadero establo… ". Pero llovía sobre mojado y la Comisión nombrada al efecto expuso en el pleno del 4 de febrero de 1889 sus conclusiones (repito que la capilla y vivienda del sacerdote disfrutaba de entrada independiente):

1º) Que dentro del recinto se encontró una burra pastando, que, según los sepultureros, era del capellán (Francisco González, sustituido por Díaz Saldaña) y que se tenía desde antiguo esa costumbre.

2º) Que los sepultureros autorizados antiguamente por el P. Portas y tolerado por el actual capellán, hacían algunas chapuzas, introduciendo cadáveres por la puerta de la capilla y colocándolos en ciertos nichos sin autorización del Ayuntamiento, mediante retribución de los interesados.

3º) Que para realizar estos abusos eran extraídos oros cadáveres que ya tenían pagada la propiedad, desapareciendo estos sin que se sepa donde iban a parar.

4º) Que la mujer del cochero del carro fúnebre, conocida por Lumbana, se dedica desde hace tiempo a la venta de ropas y alhajas pertenecientes a los cadáveres, a quienes se despojan de ellas.

Hasta aquí lo más llamativo del dossier que pasó al Juzgado de Instrucción y el momento de que yo finiquite tan tétrico reportaje. Amén.

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